Rockdrigo González, magnitud y epicentro (40 años sin el Profeta del Nopal)

- Alonso Arreola - Sunday, 21 Sep 2025 06:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Figura del rock urbano, 'Rockdrigo, el Profeta del nopal', Rodrigo González (1950-1985), tanto por el registro de su obra como por su fatídica muerte en el sismo de 1985, está indeleblemente unido a la Ciudad de México. Este texto le rinde homenaje y reivindica sus aportaciones pues, se afirma aquí, “abrió una puerta: demostró que se podía hacer rock hablando de la calle nuestra y sin disfraces, siguiendo una tradición pero sin copiar fórmulas extranjeras, con una voz auténtica que vinculaba al barrio con la poesía de concreto. Esa mezcla de seso y desparpajo es irrepetible.”

 

El 19 de septiembre de 1985, a las siete horas con diecinueve minutos de la mañana, yo tenía once años de edad. Estaba sentado en la cama, en el tercer piso de un edificio frente al Parque España, en la colonia Condesa, poniéndome la calceta del pie derecho. Nada era distinto... Hasta que el suelo se estremeció. Trepidatorioscilatorio... Un sismo interminable. Los cuadros brincaron de las paredes. Al refrigerador le salieron pies. El departamento crujió convertido en barco a la deriva. La tormenta era de gritos. Mi madre se desvaneció terminado el cataclismo. Comenzaba el olor a gas, a cemento pulverizado, a miedo. Los amigos del colegio llegaban corriendo. Apenas salimos encontramos edificios derrumbados, rostros desolados… no sospechábamos la magnitud de lo ocurrido.

Años después supimos que ese día, entre los miles de muertos, estaban amigos y conocidos que suponíamos a salvo por mentiras familiares. En otra lista también estaba un cantautor, Rodrigo Eduardo González Guzmán, mejor conocido como Rockdrigo, el Profeta del nopal. Con el tiempo entenderíamos que su corta existencia fue clave para un género que comenzaba a definirse en los márgenes citadinos. Primero lo sentiríamos distante del intelecto. Luego lo entenderíamos cerca del corazón. Hoy, a nuestros cincuenta, los juicios se equiparan y lo saludamos con admiración.

 

¿Rock urbano o música rupestre?

El rock urbano mexicano es una corriente que emergió en los años setenta y principios de los ochenta, alimentada por la experiencia de los barrios populares, los cinturones de miseria y la precariedad en Ciudad de México. A diferencia del rock progresivo o sinfónico, cultivado por sectores acomodados, el urbano tomó prestados los acordes sencillos del blues y del folk y los mezcló con un lenguaje directo, testimonial y sarcástico. En sus letras se narran el transporte público, el desempleo, el erotismo frustrado y los sueños truncos. No miran hacia el futuro porque lo suyo es apenas un mañana.

Su mejor atrevimiento, además, es uno que la clase media, aspiracional inevitablemente, no se permite. Nombrar calles, tiendas, negocios, estaciones del Metro, lo que sea. De manera natural, esa energía se unió a la de los llamados Rupestres, mejores con la pluma y entregados al sonido de la madera. Esos eran los amantes de Bob Dylan.

Rockdrigo enraizó en medio como ningún otro. Llevó la guitarra acústica y la armónica al retrato de la urbe. Sus canciones se convirtieron en himnos que, sin reconocerse en la modernidad televisiva ni en la cultura oficial, hallaron eco en una precariedad sin fatalismos.

 

Inicios e influencias

Nacido en Tampico en 1950, Rodrigo creció en una familia de clase media baja con inclinaciones hacia la educación formal. Su mudanza a Ciudad de México lo enfrentó con un ambiente distinto, áspero pero fértil para su sensibilidad. Influido por el folk estadunidense y por la canción de protesta latinoamericana, supo traducir esos modelos a su propio entorno. Por plazas, cafés y foros improvisados su obra recogió la herencia de los trovadores, las cadencias del blues y el pulso citadino.

Tras su muerte con apenas treinta y cinco años y un número similar de canciones, la semilla que sembró se multiplicó. Grupos como El Tri y Trolebús, o bandas posteriores como Tex-Tex y El Haragán, se reconocieron deudores de su mirada. Del lado solista, cantautores como José Cruz de Real de Catorce o Jaime López (aunque lo nieguen y rechacen el término rupestre), recogieron aspectos de su espíritu narrativo, con estilos distintos, más o menos eruditos.

Dicho ello, soslayando filias y fobias, lo fundamental fue que Rockdrigo abrió una puerta: demostró que se podía hacer rock hablando de la calle nuestra y sin disfraces, siguiendo una tradición pero sin copiar fórmulas extranjeras, con una voz auténtica que vinculaba al barrio con la poesía de concreto. Esa mezcla de seso y desparpajo
es irrepetible.

 

Sismo, solidaridad y símbolo

El terremoto de 1985 dejó una cifra indeterminada de muertos, edificios derruidos y la ciudad marcada para siempre. Pero también reveló, como escribió Carlos Monsiváis en sus crónicas y ensayos, la orfandad bajo un gobierno que reaccionó tarde y sin eficacia, frente a una sociedad que se organizó espontáneamente para rescatar, alimentar y acompañar a las víctimas. Don Carlos subrayó cómo esa tragedia se convirtió en un punto de quiebre: la ciudadanía, hasta entonces dependiente de la institucionalidad priista, descubrió su capacidad de acción autónoma. (Hasta los niños fabricábamos tapabocas por cuenta propia.)

La muerte de Rockdrigo en ese contexto adquirió un significado mayor. No sólo era la pérdida de un artista en ascenso; era también la imagen
de un país donde la juventud creativa y contestataria se veía sepultada por un sistema incapaz de protegerla. ¿Suena exagerado? La Guerra Sucia estaba a la vuelta de la esquina. Los Hoyos Fonkis constituían la escena undeground, ésa que retrocedió con el estruendo de la demolición.

Por otro lado, empero, la solidaridad que emergió entre vecinos y brigadistas, entre estudiantes y trabajadores, fue terreno fértil para contar la tragedia del músico y mantener viva su memoria y, con ella, la certeza de que la cultura popular podía resistir a la catástrofe. Es así como esa muerte, ese “pasón de cemento” que tantos comentaron apelando al Hades, lo volvió leyenda.

 

Algunas aproximaciones

En “Ama de casa un poco triste”, Rockdrigo desarrolla una interpretación sostenida en guitarra y voz, cercana al estilo de Bob Dylan, con un esfuerzo vocal que alterna canto, recitaciones y el uso de armónica, limitado técnicamente pero expresivo, logrando una estampa íntima, crooner. En “Distante instante”, la canción mantiene rimas sencillas y versos comprimidos, pero el fraseo elástico y la atención al tiempo la acercan a la trova, en especial a la escuela de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, mostrando responsabilidad lírica y sensibilidad interpretativa.

Asalto chido” retoma el rock and roll-blues con guitarra acústica y voz, al estilo de Jaime López, con juegos que evocan fraseos de trompeta y una burla subyacente que refuerza el carácter narrativo y paródico. En esa veta, “Canicas” es para quedar anonadado. Allí un autor que juega y asume el albedrío absurdo, soportando el choque colosal de las esferas críticas.

En “Balada del asalariado”, Rockdrigo retrata la “fábrica de la pobreza” de los años ochenta. Se trata de una de sus mejores obras. Fue por temas como éste que en su última entrevista, otorgada precisamente a La Jornada, se autodefinió como “anartista” (uniendo arte y anarquía). “No tengo tiempo” es un tema que evidencia la fuerza de la composición rupestre: la armónica y los quejos muestran que no hay ideas malas, sino posibilidades abiertas para la reinterpretación. Versiones como la de Heavy Nopal transforman su origen acústico en un rock eléctrico que no pierde
la esencia.

En “Tiempo de híbridos”, Rockdrigo combina lírica psicodélica con surrealismo de “frijoles poéticos” y un planteamiento que desafía a los oyentes periféricos. “Ratas” es otro clásico del mítico casete Hurbanistorias. Allí se propone una canción dentro de otra canción, recurso que funciona como metáfora del submundo de robo y violencia que habita la ciudad en forma colateral.

Por cierto, con la reciente muerte del periodista Pepe Návar se pierde parte de la huella de Rockdrigo. Siempre dijo tener material inédito, en otros casetes que no podían ver la luz por desacuerdos con Amandititita (hija) u otros herederos del Profeta.

Aparte dejamos “Perro en el periférico”, una pieza que nos toca de manera personal, pues la abordamos y arreglamos en el álbum Ofrenda a Rodrigo González (2003) junto con La Barranca. La presentamos en vivo para unas veinte mil personas en el Faro de Oriente, compartiendo escenario con Tex-Tex, El Haragán, La Santa Sabina, Panteón Rococó, Los Estrambóticos, Los Rastrillos y otros, reafirmando la riqueza y vigencia de Rockdrigo. Se puede escuchar en plataformas.

 

Reconstrucción

Este 2025 Rockdrigo celebraría setenta y cinco años de vida. Nunca sabremos si hubiera elevado su rigor y conquistado más tesoros aéreos. Tristemente, también, cumple cuarenta de una terrible muerte. Ello nos trae a esta visitación que lo reubica en un epicentro notable.

Escribimos esta despedida mientras escuchamos su voz dolida, apretada en el abdomen. Y así se nos viene aquella mañana del ’85. Los calcetines a medio poner, los cuadros cayendo, los gritos de mi madre… Rockdrigo mirando su guitarra por última vez, atrapado pero más libre que nunca… volviéndose eterno sin saberlo.

En ese sufrido remolino, big bang de tantas cosas buenas, permanecemos atrapados él y nosotros, pese a nuestra expulsión centrífuga y triunfante. De este lado del sismo, lo aplaudimos e invitamos a escucharlo sin prejuicios, entregados a calles bulliciosas que se enorgullecen por el sólo resistir tallando una identidad que nos define a todos.

 

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