Bemol sostenido
- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 28 Sep 2025 14:48



LA SUERTE NOS ha traído a pasar unos días en la que fuera casa de Paco de Lucía en Xpu Ha (Península de Quintana Roo). Situada entre Cancún y Tulum, conserva el espíritu México-andaluz con que el mítico guitarrista la concibió. Muros anchos, patio interior, espacios amplios conectados por múltiples ventanas, arcos y terrazas. Tiene pisos de barro cocido o azulejo vidriado. Parte de ella parece sacada de uno de los llamados “pueblos blancos”, apostados en la sierra de Cádiz.
Hoy administrada por el lujoso hotel colindante, lo notable de esta alquería es que, más allá de los muebles y objetos del nacido en Algeciras, mantiene al personal que le diera servicio en las últimas décadas. Comandado por la gran Cecilia y el simpático Manuel, preserva el espacio lo más parecido a como lo tenían sus habitantes originales.
Hay aquí, además, un gran jardín con piscina, hogar y abrevadero de múltiples aves e iguanas. Hay un camino que lleva a la playa de arena fina. Andándolo se puede ver, con algo de suerte, a algún tolok erigiendo el susto en sus patas traseras. Y víboras y, mejor aún, coatíes, agutíes y zarigüeyas de relajado temple. Todo un espectáculo.
Metros antes de llegar al mar aparece un pequeño cuerpo de agua dulce con peces y tortugas. Llegados a las olas, el ojo se puebla de saetas emplumadas. Y otra vez se nos viene la poesía de Francisco Hernández: “El pelícano se clava en el azul vespertino, semeja un tizón de lava o un arcángel submarino, cuyo vuelo no se acaba donde termina el camino.”
La variedad cromática que el agua entrega es fantástica. Así lo acuerdan las cigarras, tan empecinadas bajo los “aeroplanos del calor”. Hay poca gente en la playa. Banderas rojas y amarillas agitan la advertencia fabricada por el viento, dueño de una calma chicha. Porque al rato llegan las tormentas. Siempre. No importa cuán tranquila parezca el alma, no hay manera de evitar batallas pasajeras.
“El señor Paco se levantaba temprano, desayunaba pan con aguacate y aceite de oliva”, cuenta Cecilia. “Luego hacía caminatas en la playa y se metía a la alberca para ejercitarse… También nadaba en el mar; si se iban para allá no volvían hasta la noche y tenía que llevarme todo para cocinar en la casita de la playa.” Mientras habla, se le nota, Cecilia puebla los parietales con imágenes de un pasado elástico, remoto. Fue hace poco más de una década cuando Paco dejó de existir. Además, cosa curiosa, podía pasar uno, dos o hasta tres años sin verlo, pues entre giras mundiales y temporadas en España la casa se quedaba con el puro eco de su guitarra. Y se siente. “Cuando se iba yo tenía que recoger todo en su estudio de la planta alta y guardarlo muy bien, porque no sabía cuánto tardaría en volver… allí era donde tocaba por horas, desde el atardecer y hasta las cuatro o cinco de la madrugada.” Tras compartir esto, Cecilia hace silencio y lanza un suspiro. Entonces se pone a platicar, ya recobrada, sobre lo difícil que es proteger los pisos de terracota, las puertas y postigos de madera, los muebles aceitados. “Ese cuadro lo trajo el señor Paco hace muchos años”, recuerda Manuel cuando le preguntamos por el grabado de yute indígena que cuelga en el comedor. Allí se ven trueques, faenas, actividades cotidianas de un pueblo en cuyo centro aparece el toro o novillo. Tal vez fue por esa figura que lo obtuvo o que se lo regalaron. Un símbolo entre las dos tierras (ya no “Entre dos aguas”) que se peleaban al hijo de Lucía.
¿Por qué contar estas pequeñas cosas, lectora, lector? Usted perdonará. La nostalgia enaltece momentos y espacios que, en la pérdida, se vuelven sagrados. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.