La otra escena
- Miguel Ángel Quemain | [email protected] - Sunday, 12 Oct 2025 09:00



Los veinticinco años de trayectoria que celebrará Rodrigo Castillo Filomarino el próximo 24 de octubre a las 7 de la tarde en el Pabellón Escénico, que está frente al Centro Cultural del Bosque, son una muestra singular de convergencias múltiples de un enorme conjunto de artistas escénicos y de proyectos que han marcado el rumbo estético de las últimas tres décadas y alrededor de cuatro generaciones de creadores, que hoy serían distintos sin esa complicidad musical y técnica.
Rodrigo Castillo ha elaborado un archivo deslumbrante que permite también colocar su trayectoria en una línea de tiempo que no sólo explica sus propios hallazgos y logros artísticos, sino que abre un espacio para entender otros procesos que, en un marco comparativo, permiten entender corrientes y momentos artísticos de la escena mexicana, con un tejido fino que el músico contextualiza en una propuesta que sin dificultad permitiría construir una exposición plástica, escénica y sonora sobre ese camino andado, pleno de protagonistas.
La disposición de sus trabajos permite vislumbrar que Rodrigo Castillo Filomarino está muy al tanto de sus procesos creadores y sabe distinguirlos con claridad de los que ha compartido con otros artistas, como Rosana Filomarino, Luis Alcocer o José Alberto Gallardo, por mencionar una parte de su inmenso trabajo.
Clasificar lo propio no es tarea sencilla en términos prácticos, porque siempre se llega corriendo al final de todos los procesos y muchos creadores no logran saber muy bien qué hicieron, no redondean la construcción de una bitácora o, en su caso, no elaboran un documento testigo de cómo se hicieron las cosas. Hoy, el número tan limitado de funciones y la experiencia de estar involucrados en varios proyectos al mismo tiempo deja a la deriva la memoria misma de los esfuerzos.
El orden tan estricto es de un músico dedicado a la docencia, justo en un territorio libérrimo como es el de la composición. Eso tal vez lo ha llevado a la minuciosidad del archivista que sabe valorar las piezas/engranaje que explican y son las llaves de otros procesos artísticos, que son resultado de ponerle rigor técnico y congruencias a la imaginación que se desboca y sólo quiere dejar estelas que se diluyen.
Hace algunos años, Rodrigo Castillo levantaba la voz sobre la necesidad de consignar con mayor rigor y amplitud los valores múltiples de las obras artísticas; ampliar el registro de los créditos, que en realidad significaba reconocer la hondura de procesos y la diferenciación de tareas, por ejemplo, en lo sonoro y lo musical. El reclamo podía parecer que se ponía del lado del reconocimiento personal, pero lo que ponía sobre la mesa era la incapacidad estructural de nuestro periodismo para ofrecerle al lector más elementos para entender una de las artes de lo colectivo más ricas y complejas.
A veinticinco años de distancia, sabemos ahora que el arte de lo musical y sonoro desde hace mucho tiempo dejó de ser una mera ilustración, un motivo musical, para darle una carta de naturalización al territorio que se gesta con los procesos de iluminación, de vestuario y actuación, de movilización de la escena, de la escenografía y de las formas de poblar el escenario con objetos simbólicos y de alto valor conceptual, tarea ya muy lejana de un teatro monocorde, muy realista que se dedicaba a “vestir” la escena.
El periodismo cultural en curso no lo hace y me parece que no es un asunto de indiferencia de los críticos y reporteros, sino parte de un sistema editorial que tiene una forma muy convencional de entender los procesos escénicos donde lo que cuenta es la exhibición de los temas y un universo anecdótico alrededor de la dirección y el elenco, un lastre que nos ha dejado el repulsivo periodismo de espectáculos, muy endeudado con el chisme, la alfombra roja y el mundo televisivo.
En la próxima entrega un recuento de lo vivido y creado.