Pedro Garfias, dueño de su soledad y sus carencias
- José Ángel Leyva - Sunday, 12 Oct 2025 08:35



En el marco del Encuentro Internacional “Hermanamiento Pedro Garfias-Miguel Hernández” en Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey (del 5 al 11 de septiembre, 2025), se hizo presente José María Barrera, antólogo de los tres volúmenes que recogen la obra en verso y en prosa del entrañable español Pedro Garfias. Publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León, esta obra compendia, de manera detallada y rigurosa, la escritura del poeta Garfias, el gran olvidado de la Generación del ’27, quien a bordo del buque francés Sinaia escribiera “Entre México y España”, un poema icónico del exilio que nos muestra una sensibilidad de gratitud anticipada: “Qué hilo tan fino, qué delgado junco/ ‒de acero fiel‒ nos une y nos separa/ con España presente en el recuerdo,/ con México presente en la esperanza.”
Un poeta, un verdadero poeta no puede escribir sino con la verdad, incluso a pesar suyo. Hay, por supuesto, quienes escriben versos, versos excelsos y en ellos les va la inteligencia y la razón, y pueden en determinadas circunstancias dejar de escribirlos o hacer de sus palabras artefactos favorables a su posición. No es el caso de Pedro Garfias, que pertenece a esa estirpe de poetas para quienes la verdad, la autenticidad en la poesía es imperativo categórico, y sí, les va la vida en ello. Un amigo, artista catalán, suele repetir que en las dictaduras y en las revoluciones los primeros en ser encarcelados, fusilados o recluidos en los manicomios por estar mal de la cabeza, son los poetas. De esa clase de creadores son Federico García Lorca, Miguel Hernández y Pedro Garfias. Tres figuras que, en los tres últimos años, el granadino Juan Carlos Abril ha puesto en el centro de nuestras conciencias y de nuestros corazones, al organizar con distintas instituciones como la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la UNAM y ahora con la Universidad Autónoma de Nuevo León, actividades que nos llevan a leer de nuevo a estos poetas que, de una u otra manera, han estado en la sentimentalidad de los mexicanos, y, como en el poema de Miguel Hernández, nos tocan sus tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del amor.
De los tres, Pedro Garfias resulta el menos conocido, porque aunque murió relativamente joven, sesenta y seis años de edad, era relativamente viejo, ante los treinta y ocho años de Federico García Lorca y los treinta y uno de Miguel Hernández. Vivió la mayor parte de su exilio en la provincia mexicana y no en la capital, en una época de centralismo absoluto. Garfias era un poeta hipersensible, la realidad le resultaba insoportable, pero fue a la vez un militante de la utopía revolucionaria capaz de asumir, dentro de su rebeldía, un sentido de disciplina militar, de poner sus versos al servicio de la causa republicana: Poesías de la guerra española (Premio Nacional de Poesía, 1938, otorgado por Antonio Machado, Enrique Díez Canedo, Tomás Navarro Tomás) o Héroes del Sur, ocupan parte importante de su obra, pero desdibujan por completo sus afanes vanguardistas, su pertenencia al ultraísmo, y reviven la tradición y el tono popular de su discurso. Tal vez a contraflujo de lo que García Lorca y Hernández construyen en medio del fragor político y el compromiso militante, para salvaguardar la poesía de la arenga y la consigna.
Garfias, el poeta, se muestra en su esplendor en los poemas juveniles y de preguerra, hace un prolongado silencio de años, pasa por la arenga bélica y el heroísmo ideológico, para luego retomar su aliento lírico cuando el exilio abre la llaga de la derrota y lo coloca en la orfandad, Primavera de Eaton Hastings (Poemas bucólicos con intermedios de llanto), publicada por Tezontle, en México en 1939 y 1941, y en Era, en 1962, da fe de esa desolación y desamparo en suelo británico. El dolor del fracaso republicano, del destierro y del divorcio de su esposa Margarita Fernández en sus primeros años mexicanos.
En 1923, la revista Horizonte cierra su ciclo y anuncia que va a publicar libros de poemas que deberán de pagar sus autores. Uno de ellos fue Gerardo Diego, quien jamás le perdonó a Garfias no haberle publicado el libro ni haberle devuelto su dinero. Un gesto que recuerda los desplantes de los infrarrealistas en México. Esa personalidad y el aura de abandono de Garfias inspiró a Roberto Bolaño para hablar de él en su novela breve Amuleto, en la que aparece la Uruguaya Alcira Soust Scaffo ‒en la ficción figura con el nombre de Auxilio Lacouture‒, atrapada en los baños de la Facultad de Filosofía de la UNAM, durante trece días de ocupación militar, en 1968. Un año después de la muerte de Pedro Garfias, a quien lee apasionadamente durante su encierro porque había convivido con él en Ciudad de México. Había tratado también a León Felipe con similar admiración, pero por alguna razón a éste, que era un hombre mayor y de aspecto quijotesco, aristocrático, lo trataba de tú, y a Garfias, que usaba los trajes que desechaban sus amigos, se comportaba sin afectaciones y acusaba los efectos de la bohemia, le hablaba de usted y le llamaba don
Pedrito Garfias.
Precedido por su pertenencia al ultraísmo, su fervor guerrero, sus convicciones populares, su aceptación de una segunda patria y un aura de poeta outsider. Ingredientes suficientes para formar parte del santoral infrarrealista. Monterrey es el escenario perfecto para su marginalidad y su pertenencia a nada, como lo confirman las numerosas anécdotas que su entonces joven amigo, el artista plástico Guillermo Ceniceros, suele narrar entre lágrimas y risas involuntarias. Garfias es la encarnación de la tristeza y el humor etílicos, la fiesta brava, la erudición y la bohemia.
No es casual que Bolaño encuentre que ese Pastor de soledades es también un héroe quijotesco, desangrado en el campo de batalla, un peregrino que reinventa su voz en una amada segunda patria. Perros habitados por las voces del desierto, título que Rubén Medina le da a la biografía de los infrarrealistas, parece dialogar con los motivos y personajes caninos, tan frecuentes en la poesía de Garfias. Esther y Guillermo Ceniceros narran que, en una ocasión, su amigo Pedro Garfias pasó a comer a un merendero antes de ir a pedir posada a unos amigos españoles. Se le acercó un perro y compartió la cena con él. Cuando echó a andar, el perro lo seguía de cerca. El poeta aceptó su compañía. Tocó el timbre del edificio donde pensaba pernoctar y alguien asomó desde arriba por una ventana. Preguntó a Garfias si venía solo, y este apuntó al can. “Lo sentimos, no hay espacio”, respondieron. El poeta retomó el camino y le dijo a su acompañante: “Lo ves, sólo había lugar para un perro, y no iba a abandonarte.”
Pedro Garfias, dueño de su soledad y sus carencias, fiel a las palabras, dejó un legado poético que ahora ve la luz en su conjunto. La memoria no lo abandona. Y sí, todo poeta aspira que al menos un libro, un poema o un verso sean memorables. En la obra de Garfias hay libros y versos inolvidables. Mientras los leía, subrayaba los que más me impresionaban. Luego los pasé por una criba. Al final quedaron decenas que se fueron sedimentando. Así comencé a elaborar una colcha de
retazos, un poema de poderosos mosaicos, de garfios y Garfias.
De Garfias y garfios
“Fuera del Tiempo y el espacio/ estoy con mi vida enlazada por sus puntas./ Mi vieja pesadumbre se ha fundido en el agua/ y canta río abajo entre las dos orillas.../ El viento tiene palabras/ que no las comprende el árbol.”
“Yo recorro mi vida como un perro/ andando y desandando mi camino./ Me es grato olfatear el aire nuevo/ allí donde aún respira el aire antiguo.”
“De nuevo estoy de pie frente a mi mundo/ el mundo que creé para mis sueños./ Se me adelgaza el tacto de los dedos/ se hace mi planta elástica y flexible/ puedo flotar, saltar desde un barrote/ al otro de mi jaula.”
“Con el filo de tu cresta has guillotinado al sol/ La tarde se desangra como un gladiador.”
“Perro que ladras y muerdes,/ mi fusil republicano,/ voy a limpiarte el hocico/ negro de tantos disparos./ Voy a engrasarte el gatillo/ y a sujetar tus tornillos/ y a bruñirte la madera,/ perro fiel de mi defensa./ Te voy a vestir de nuevo./ Te quiero tener contento/ para que ladres y muerdas.”
“Qué vida tiene esta muerte!/ Ni ladridos de los taxis,/ ni campanas de tranvías,/ ni gritos de escaparates.”
“Pueblo libre de México:/ eres tú esta vez quien nos conquistas,/ y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”