Cuando se acabe la palabra

- Hermann Bellinghausen - Sunday, 02 Nov 2025 08:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En más de un aspecto, la palabra humana está en estado de sitio y, si se abaten las débiles murallas que la defienden todavía, las consecuencias serían, acaso ya son, terribles. Este texto reflexiona sobre esa amenaza que en realidad no está tan lejana, ante lo cual el autor se decanta por “la palabra a la antigüita, las lecturas de más de un párrafo, los insondables misterios y sugerencias que guarda cada vocablo”.

 

Habitamos el territorio amenazado de las palabras. Los riesgos son tantos que no da la vida para siquiera enlistarlos. Temo un tiempo del mundo que ignore las palabras, las degrade a insulto y consigna, las sustituya con imágenes y sellos conmemorativos que no digan nada. Un tiempo que las destruya. Más temo que las palabras muertas, las antipalabras de la publicidad y el desprecio ocupen el lugar del lenguaje articulado. En un tiempo tal no harán falta los idiomas. Habrá sólo uno de dientes para fuera, el mismo en todas partes, a todas horas, incrustado como un pegamento imborrable que ensordece los ojos y los separa del pensamiento. Los afortunados conservarán algún dialecto clandestino. Para lograrlo tendrán que refugiarse en el cerro.Bajo circunstancias que entonces serán comunes pero acá son por ahora aberrantes, las emociones serán fingidas y su vehículo: emoticones, infomerciales, códigos mudos. Expresar sentimientos auténticos y sin filtros, de tan arduo y mal visto, devendrá obsoleto. O peor, objeto de escarnio, bullying masivo, funación, cancelación, etcétera. Como si cada día fuera un nuevo episodio de Black Mirror.

¿Para qué querremos libros, páginas escritas, si la pronunciación que tuvieron esos signos habrá sido olvidada y nadie recordará su sonido ni sus significados, su no “sé qué que queda balbuciendo”? Desaparecerán, antes que otras, las lenguas de por sí muertas que manosean en templos y academias. Estarán doblemente muertas. (En otra hipótesis, la lenguas muertas son las que sobreviven, en su carácter de extintas pero rituales, en cierto modo vacías). En cuanto a las vivas, si quedan algunas, andarán a las vivas en espera de que el algoritmo las arrase. La hipetrofia rimbombante de los nuevos emperadores y dueños del Globo nos jalará varios pasos atrás en la función de las palabras, asesinando a gritos su luz interior.

Las circunstancias cada día más críticas en que se encuentra la comunicación humana alimentan más preguntas que respuestas. ¿Quién heredará el fuego de la voz articulada? ¿De qué servirán las bibliotecas, repletas de materia inerte? ¿Quién leerá si ya nadie escribe, y lo ya escrito es desplazado paulatinamente? Recordemos: si los libros son combustibles (quedamos que a 451 grados Farenheit, ¿no?), los archivos digitales se pueden borrar de un dedazo más rápido que en los incendios, o en un apagón, en un robo de datos, en un acto de radical censura autoritaria. Las nubes satelitales que conserven bits y rastros dejarán de ser visitadas y les crecerá maleza cósmica hasta cubrirlas de detritus y abandono, cuando ya nadie busque descifrar esos caracteres tan poco binarios que son las palabras cuando significan.

Un erial así parecerá otra cosa, algazara y vituperio fluorescentes, entre tiras cómicas animadas y las huellas rojas de la violencia. Fun and fear. Qué pasará con la reflexión y el diálogo, las argumentaciones y las florituras retóricas que embellecen al lenguaje con sus particularidades. Qué será de las confesiones profundas, de los grandes relatos confeccionados entre el sueño y la historia. Quién pensará como Tolstoi. Qué espera a la poesía cuando ya no sirva ni para su proverbial inutilidad convulsiva y reveladora. Nuevas “lecturas” sustituirán las que conocemos, en metalenguajes, monitos y tartamudeos chistosos comprensibles a partir de los dos años. En una infancia sin fin, a duras penas las personas superarán la adolescencia mental cuando sean abuelos y en aquellos videojuegos que frecuentó su mocedad dilatada pastará la nostalgia. En un mundo de intimidad abolida, habrán triunfado los hábitos que asesinan al habla escrita y las pronunciaciones con alma.

¿Cómo defender la lectura? ¿Cómo y dónde cultivar su semilla? La aridez de los nuevos campos de vidrio evanescente no permite que germine la naturaleza natural y terregosa, usurpada por unos miligramos de metales raros impregnados de datos, siendo el lenguaje (el habla en principio) la semilla de las palabras nutricias. El suelo fértil se angosta, anegado por la marea plástica y una materialidad intangible que llaman virtual (o sea, existe sólo en apariencia) y usurpa el sitio de lo real.

El aura de cada palabra, al reunirnos en torno a su calor, genera empatía, diálogo, ternura, tensión creativa. En un mundo de postverdades y ratings instantáneos, sin espacio siquiera para las verdades a medias, perderán pertinencia las palabras como a la fecha las conocemos, suplantadas por otras formas de intercambio e inducción neuronal. Llámenme retrógrado, emisario de un pasado eficazmente superado en favor de la exactitud y la eficiencia, pero prefiero la palabra a la antigüita, las lecturas de más de un párrafo, los insondables misterios y sugerencias que guarda cada vocablo, cada verso, cada oración concatenada a algo más grande que una página congelada al fondo de la retina, allí donde inicia la implosión de aquella inteligencia sensible de cuando la sabiduría poblaba la mente humana y lo pequeño podía ser hermoso sin precio en el mercado.

 

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