Historia y memoria en La Lagunilla

- Mario Bravo - Sunday, 02 Nov 2025 07:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La presente crónica explora un rasgo de este popular barrio de la capital de México: la vendimia de antigüedades en el tianguis dominical que se instala en dicha zona, que vincula sus días al comercio desde la época prehispánica, pues aquí hubo un embarcadero que recibía mercancías para el mercado de Tlatelolco.

 

I

¿Por qué los seres humanos tendemos puentes hacia tiempos remotos? ¿Para qué buscamos, con frenesí, objetos pertenecientes a un mundo tan resquebrajado como un viejo muro callejero? ¿Coleccionar antigüedades no es, acaso, un modo de insuflar vida a las astillas que el olvido deja caer a su paso? El filósofo Walter Benjamin (1892-1940), un gran entusiasta de hurgar en los escombros del ayer para hallar reminiscencias en el hoy, escribió: “La pasión de coleccionar limita con el caos de los recuerdos.”

 

II

Los domingos en Ciudad de México, desde temprano, algunas calles del barrio La Lagunilla albergan una enorme exhibición de infinidad de objetos antiguos: máquinas de escribir, anteojos, cámaras fotográficas, televisores ‒que seguramente en la década de los setenta mostraron algún partido de futbol entre Atlético Español y Cruz Azul, por ejemplo‒, consolas y vinilos, pinturas, una amplísima gama de cafeteras italianas, carteles nomencladores con nombres de calles, globos terráqueos, espejos, muñecas ataviadas con vestidos ya deslucidos, teléfonos de baquelita (años y años, en casas y oficinas, estos aparatos permanecieron inmóviles… mucho antes del arribo de sus nómadas descendientes: los teléfonos celulares).

También uno puede encontrar una maleta retro, abierta, que en su interior guarda fotografías nupciales, en blanco y negro: allí figura un hombre con triunfal sonrisa, y una mujer resignada, con rostro apagado y mirada esquiva, anubarrada. Un tianguis de antigüedades es esto: un baúl de recuerdos amontonados, un cajón repleto de experiencias ajenas. Otra vez, Walter Benjamin iluminando al respecto: “Así como la tierra es el medio en el que yacen enterradas las viejas ciudades, la memoria es el medio de lo vivido.”

 

III

‒¿Cuánto tiempo ha desempeñado este oficio? ‒pregunto a Marco, un dicharachero vendedor en este tianguis de La Lagunilla, ubicado a pocos metros del Monumento al Boxeador.

‒Casi doce años. Las antigüedades me encantan, pues aprendo sobre cada una que recibo. Mira, crecí con esta tecnología… ‒expresa con visible entusiasmo y señala un par de consolas de videojuegos: Atari y Nintendo. Este hombre, nacido en 1975, explica que no cultiva la melancolía, sino que se alegra frente a cada objeto que compra “porque es como si encontrara un tesoro. Ante cada cosa que llega, aprendo en qué año la hicieron y busco su historia: ¡me encanta cultivarme acerca de las mercancías que me venden!”

‒Si fuese posible, ¿volvería al pasado?

‒Sí. En mi caso fue una época maravillosa. Regresaría a las décadas de los ochenta y noventa. Revivo ese tiempo cuando me cae una Atari o una consola que no conocía, ¡me pongo a jugar!

 

IV

“Basta con recordar lo importante que es para todo coleccionista no sólo su objeto, sino también su pasado completo, tanto el de su origen y su calificación objetiva como los detalles de su historia aparentemente superficial: antiguo propietario, precio de compra, valor, etcétera”, dilucidó el ya mencionado crítico literario y teórico Walter Benjamin, autor de referenciales ensayos sobre la pasión de buscar, hallar y albergar objetos impregnados con hebras de memoria.

Mientras la tarde de domingo se torna naranja en La Lagunilla y un grupo de rock hace vibrar el caliente pavimento, este reportero formula una última pregunta a Marco, quizá con el anhelo de comprender un poquito más sobre la condición humana:

‒Cuando usted ya no pueda seguir en este negocio, ¿quién continuará con dicha labor?

‒No creo que haya alguien. Pasará lo mismo que con estas antigüedades: cierta gente no les dio el valor necesario. Aquí, esos objetos reviven cuando llega un buen cliente y les da uso. Es cierto que algunos ya no sirven y se los llevan como utilería para obras de teatro o comerciales; pero las mercancías que sí funcionan, su precio se eleva y quedan con coleccionistas o en museos ‒reflexiona este buscador de ayeres, y finaliza su charla desde una reivindicación identitaria, casi un recordatorio de sus pasos andados: “Crecí muy cerca de la Plaza Garibaldi. Ya no vivo aquí, pero es grato regresar cada domingo. Me gusta este ambiente.”

 

V

Al caminar por este tianguis de antigüedades, no deja de parecer una posibilidad, algo creíble, que el fantasma de Walter Benjamin ‒en medio de la vendimia y entre la gente‒, repentinamente, nos exhorte a “renunciar a la actitud serena, contemplativa, frente al objeto, para tomar conciencia de la constelación crítica en la que precisamente ese fragmento de pasado se encuentra con el presente”. Él mismo, en 1940, preguntó: “¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron?”.

 

 

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