Pedro Meyer: magia y heterodoxia en la fotografía

- José Ángel Leyva - Sunday, 02 Nov 2025 07:48 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La trayectoria y la vida de Pedro Meyer (Madrid, España, 1935) son larguísimas y abundantes. En su haber hay más de un millón y medio de fotografías, y su energía inagotable lo ha llevado a la escritura y la lectura, y a sus libros de arquitectura. Esta conversación narrada da bien cuenta de la naturaleza multifacética de quien, no obstante, no ha dejado de ser el niño convencido de que la fotografía es un acto de magia.

 

¿Sabías que estoy ciego, verdad? Comenta mientras termino de acomodarme en una silla y me acerca una mesa para que coloque mi cámara y mi mochila. La verdad ignoraba que después de la pandemia había comenzado a perder capacidad visual. Alejandro Zenker, fotógrafo y editor, traductor, y amante, como Pedro Méyer, de la tecnología, me cuenta que hace unos meses éste sufrió una fuerte caída a causa de la rápida evolución de la mácula degenerativa y ahora sólo ve fantasmas. “No, no son fantasmas, veo figuras como se ven los objetos a través del papel albanene”, me aclara mientras me apunta con una cámara que apoya en su barriga, en la misma dirección que su rostro. Su expresión no delata ceguera, ni las nueve décadas que cumple este mes de octubre.

 

En los orígenes fue la magia

Como un desfile de recuerdos, la memoria da vida a las imágenes del pasado remoto, cuando Pedro tenía once años y despertó en él ese sentimiento que lo acompañaría a lo largo de su vida: el asombro y la emoción de confirmar el carácter mágico de la fotografía. Meyer se ve a sí mismo como un artífice de una obra monumental que alcanza el millón y medio de fotografías, muchas de las cuales ocupan las páginas de los cuarenta y tres libros que intenta dejar impresos, como parte de un legado visual, estético, desplegado en numerosas vetas temáticas e intereses culturales.

¿Su madre solía contarle historias con humor y esperanza en medio del terror de la segunda guerra mundial y el Holocausto, de la persecución de la que era víctima su familia, a través de Moishelle, un ratón que remontó su infancia y se convirtió en el personaje con quien dialoga a menudo. Moishelle es un interlocutor de aventuras intelectuales e interrogantes sobre la civilización y la historia, sobre el arte, la ciencia y la tecnología. Entonces me parece que Pedro le da voz al personaje que se esconde y aparece entre su equipo fotográfico.

“La familia de Pedro salió huyendo de Alemania en 1933 –narra Moishelle. Su padre era un hombre extraordinario, capaz de hacer cosas insólitas, como, por ejemplo, poner a salvo a la familia del Holocausto. Ernst y Liesel, junto con otros parientes, se refugiaron en España cuando la amenaza fascista se cerraba en torno a ellos. Pedro nació en Madrid, en 1935, pero en 1937 el franquismo pretendía regresar a todos los alemanes que habían huido del fascismo y entregarlos a Hitler. Por casualidad, Ernst escuchó en un puesto de la Cruz Roja que los pasajeros judíos debían bajarse a toda costa del tren blindado que los llevaba de nuevo a Alemania. La Gestapo tenía los pasaportes de la pareja, y de otros parientes detenidos y embarcados en ese tren. La madre y la tía de Pedro, conscientes del enorme riesgo que corrían y descreyendo de la ética insobornable del ejército alemán, le ofrecieron a un oficial de la Gestapo una moneda de oro a cambio de sus pasaportes. Presa fácil de la avaricia, les devolvió los documentos. Los Meyer bajaron en Innsbruck y caminaron a pie hasta Bélgica. Pedro era un bebé de dos años y lo transportaban en una canasta del mercado. Había soldados alemanes por todos lados, particularmente en la frontera belga. La familia llegó a Bruselas. Para recibir la visa, Ernst y su hermano fueron condicionados a exportar productos de Bélgica a Latinoamérica. Ernst envió a su hermano menor a Venezuela y él partió hacia México. Liesel y el pequeño Pedro se quedaron en Bélgica porque no había dinero para pagar sus pasajes. Ernst arribó a México con la consigna de vender productos belgas. Entró por Veracruz y le dieron un permiso por noventa días. No conocía el país ni a nadie. Se trataba de inventar de la nada un medio de subsistencia. Cada semana mandaba pedidos de mercancía a Liesel, porque los belgas amenazaban con su deportación a Alemania si no había ventas. En poco tiempo fundó la Exportadora Mexicana y comenzó a recorrer Centroamérica en busca de todo lo que fuera vendible. La familia se trasladó a México y al terminar la segunda guerra mundial ya nadie se interesaba por los productos mexicanos.

“Ernst, ya conocido como Ernesto, tomó la decisión de viajar a Japón, que se encontraba devastado por la guerra –continúa Moishelle. No sabía el idioma ni conocía el país, pero fue capaz de comerciar y de traer productos japoneses para toda América Latina. Para viajar de México a Japón había que volar primero a Los Ángeles, luego a Honolulu y finalmente a Tokio. Las primeras cámaras de tercera dimensión en el país fueron las que él trajo de Japón. No le regaló a su hijo una 3-D, pero sí una Leotax, que era una copia nipona de la Leika.”

Pedro estudió un año de ingeniería industrial, otro año de filosofía, cuatro años de administración de empresas, un año de arquitectura de construcción de monumentos coloniales, luego obtuvo el título de maestro en Administración de Empresas. Pero no estudió fotografía porque no había en dónde estudiarla, no era parte de la enseñanza ni de la academia. Sus conocimientos iniciales se los transmitió el señor que hacía la limpieza del cuarto oscuro del Club Fotográfico de México. Él fue su maestro y la pieza clave en su formación como fotógrafo, que no se manifestó como profesión sino hasta los cuarenta años de edad porque trabajaba en una empresa.

“El secreto de la fotografía es la magia, como lo es el cine –insiste Meyer mientras manipula inquieto su celular y lo sustituye por una cámara que vuelve a dirigir hacia mi persona. Desde niño la magia me apasionó. Por eso prefiero ver a la fotografía como una acción interpretativa antes que como acta notarial. Nunca lo fue ni podrá serlo. Papá tomaba fotos, mi tío también. Yo digo que la fotografía estaba en mi ADN.”

La mirada heterodoxa

La inteligencia artificial (IA) es otro Moishelle con el cual el fotógrafo interactúa a diario. Sobre el tema, le gusta también conversar con Alejandro Zenker, interlocutor y apasionado de las tecnologías digitales o electrónicas. Para Alejandro, Pedro Meyer es un visionario que no ve en la tecnología una amenaza para el arte sino, por el contrario, la concibe como una herramienta para su avance, un instrumento que rompe las fronteras de la fotografía como ejercicio documental y le permite desplazarse con mucha seguridad en conceptos como la verdad, la ficción y la narrativa. En su concepto, Meyer es un narrador gráfico. Muchas de sus conversaciones giran en torno a temas más de carácter filosófico que técnico, pero no pueden evadir los alcances de la fotografía digital, como sucedió con su proyecto y su libro Verdades y ficciones: un viaje de la fotografía documental a la digital, para crear “verdades ficcionales” y mezclar imágenes de distintas épocas y espacios, no para engañar, sino para echar por los suelos la supuesta objetividad documental de la fotografía. Reflexiones que fueron expuestas en su sitio web: Zonne Zero, fundado en 1994. “Pedro, como yo, hallamos en la IA un socio creativo que nos permite ver más allá de lo visible, que nos enseña, aún en su condición de pérdida visual, otras miradas. Una verdadera herejía para los fotógrafos ortodoxos”, comenta Zenker.

Pedro Meyer afirma vehemente que lo que cambia con el tiempo es la interpretación de una imagen de la realidad. La fotografía es la misma; no obstante, cada vez que la vemos y dependiendo de quién la vea, la mirada será distinta. En su perspectiva histórica, la fotografía fue catalogada como testimonial por el periodismo, porque la utilizó como medio para justificar falsedades, la fotografía como apoyo de veracidad de las mentiras o montajes escénicos. Hay ejemplos notables que ponen en entredicho la supuesta objetividad de la fotografía, como el famoso beso de Doisneau, que resultó ser una actuación y no una toma espontánea. Las fotografías en el periodismo se usaron a menudo para darle sustento a los textos y a las consignas.

“Hay guerras que se han hecho con base en mentiras –argumenta Meyer. La civilización humana en su conjunto, sin excepción, funciona a base de narrativas, la religión, la historia, los mitos, el arte. Sin duda, la religión y el dinero son los que más valen en esas narrativas. Dependiendo del cuento, es lo que valen. La fotografía no es un testimonio porque, por ejemplo, si usas el blanco y negro, ya es una interpretación de la realidad; la realidad no es blanco y negro. Además, el fotógrafo suele manipular la luz, usar filtros, hacer ensambles, y ahora con las tecnologías de edición puedes poner a una persona junto a otra que no aparecía en la foto original, o colocarla en otro contexto y con objetos ajenos a la toma primera.”

Por cierto, hay una fotografía en su estudio que representa a una mujer retratada en una calle, en Ecuador, pero Meyer la colocó ante un cuadro de Rafael. Las imágenes están muy bien ensambladas, hay una transición luminosa entre una y otra. Conforman una escena coherente. Es casi inevitable expresar que parece una pintura realista. Pero esa valoración es la que cuestiona Pedro. Al decir que parece pintura, el espectador pretende darle a la imagen fotográfica un estatus superior, negando su valor estético como fotografía.

Cuarenta y tres libros

Meyer anuncia la impresión en breve de veinte títulos que se suman a los veintitrés ya en proceso de impresión. Los cuarenta y tres volúmenes contienen su autobiografía, y temas que han determinado su trabajo como Cuba, el ’68, el terremoto del ’85 en Ciudad de México, la identidad mexicana, la pobreza, la desigualdad. Son narraciones visuales que lo confirman como un iconoclasta. Pero no sólo la fotografía es su pasión, también ama la escritura y la lectura. Su pensamiento se ha ramificado en las letras. Aún lo hace dictando y grabando para que alguien transcriba sus notas. Recuerda que su madre lo estimulaba con un sabio consejo: “Escribe en sucio, luego corriges.” Ahora, ante la imposibilidad de escribir por la ceguera, graba en sucio y una asistente lo apoya a redactar en limpio.

Uno de los temas más atractivos en sus libros es la arquitectura. Él piensa que ésta se guía por la percepción real y comunica una percepción específica de lo que se ve y se vive. “Estoy haciendo un libro sobre la Catedral de San Patricio en Nueva York, su cúpula y el edificio rodeado de rascacielos –explica Meyer luego de insistir en que sus temas son tan diversos como las etiquetas con que se pretende clasificar a la fotografía y a los fotógrafos; en particular hoy en día, con las nuevas tecnologías, todos hacen de todo‒. La fotografié desde el mismo hotel a lo largo de muchos años. En algún momento, esa catedral fue la construcción más elevada de la ciudad porque representaba el poder, el poder de la religión, pero en la medida en que éste se desplazó hacia lo económico, surgió la torre Rockefeller –agrega Pedro. El señor Rockefeller, además de construir cincuenta pisos más arriba de la Catedral, mandó hacer la escultura de un Atlas sosteniendo el mundo. Lo puso exactamente en el mismo eje de la puerta de la Catedral de San Patricio para evidenciar en dónde residía el poder. La arquitectura como símbolo de las transiciones plásticas y sociales, culturales. La arquitectura funciona como un museo, pero visto desde fuera.”

Sus retratos y autorretratos forman parte de su legado bibliográfico. Meyer mantiene colgado, en una pared de su estudio, un retrato que le hizo Rogelio Cuéllar fotografiando a Jorge Luis Borges. Lo considera un gesto de generosidad de su colega. Para él, el retrato es un acercamiento a un ser humano, pero hay quienes mantienen una barrera de hielo entre su yo y el retratado, por miedo, por inseguridad.

“Tengo la fortuna de comunicarme bien con la gente –añade el fotógrafo. Me acerco a las personas con relativa facilidad, porque no hay una barrera entre mi yo y la otra persona que se siente confiada en que la voy a representar como ellos se sienten, no como yo quiero representarlos. Nunca pido permiso para hacer una foto, no al menos de forma explícita, porque el permiso se pide de distintas maneras. Sólo aviso si voy a usar un aparato que no es visible, pero si empleo un aparato que es evidente, las personas tienen la posibilidad de manifestar su negativa o de aceptar un acuerdo tácito.” El autorretrato también conforma, por supuesto, uno de los volúmenes planeados. No sólo es el rostro, sino todas las partes del cuerpo, incluso radiografías del cerebro, porque en el concepto de Meyer, toda la información que como ser humano comunica una persona, es parte del autorretrato.

Otro de los libros por editar está dedicado a Zonne Zero, uno de sus últimos proyectos donde la tecnología se aplica de manera abierta y sin tapujos. La intención es recuperar los 110 editoriales que publicó en el sitio web, uno de los más referidos entre la comunidad fotográfica de América Latina y otras regiones del mundo. Esos ensayos son referentes de un camino pionero y un material muy valioso para comprender los vínculos y los diálogos entre la tecnología y las motivaciones estéticas.

Memoria del futuro

Pedro Meyer no me ve, pero me mira. Está persuadido de que incluso un invidente posee una mirada, como Borges, cuando sabía que él lo estaba fotografiando. El futuro también nos mira y en esta época vemos con mayor claridad lo invisible. En ello se basa la premisa de Meyer cuando coloca en medio de la conversación su fervor tecnológico, sus predicciones sobre los saltos civilizatorios. Se ve a sí mismo como un heterodoxo, pues su trabajo fotográfico se ha basado en cuestionar la estructura de la imagen, en desafiar la ortodoxia, en ampliar los horizontes de la fotografía. En su aparente serenidad hay un timbre que revela la emoción de quien ha descubierto los trazos del mañana, de quien escucha a su alter ego. Moishelle se mueve entre las luces matutinas que inundan el escritorio, las cámaras, los aparatos electrónicos.

“La tecnología, a diferencia de la técnica fotográfica, no depende de mí, sino del cambio tecnológico, de los avances en la ciencia –argumenta Meyer–. Lo sorprendente del giro tecnológico es cuando la inteligencia artificial se corrige a sí misma. Dentro de no mucho tiempo ya no seremos intermediarios entre la tecnología y sus aplicaciones, sus usos, pues una IA descubre la mejor forma de interpretar una fotografía, y enseguida otra IA la corrige, y las IA se corrigen entre sí. El desarrollo tecnológico sufrirá una aceleración sin precedentes. Hasta ahora la tecnología estaba sujeta al control humano, pero dentro de poco tiempo no será así.”

Pedro Meyer hace un largo silencio y entonces me parece escuchar de nuevo la vocecilla de Moishelle: “La herencia de su padre fue asombrosa, le dio la audacia para explorar y otorgarse el permiso de hacer lo imposible. Pedro aún conserva la camarita Brownie que le obsequiaron sus padres cuando fue a un campamento a La Marquesa con los niños de su escuela. Con ésta captó la escena de una oveja dando a luz. El hecho lo había impresionado, pero más asombro le causó ver la imagen revelada en el papel. El parto y la toma constituían una metáfora de la luz. Esa foto no ha dejado de conmoverlo, ni de persuadirlo de que la fotografía es un acto de magia.”

 

 

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