Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 09 Nov 2025 21:38
Tras la despedida al querido y demasiado tempranamente ido colega Sergio Huidobro, continúase aquí con algunas palabras dedicadas a lo visto en el más reciente Festival Internacional de Cine de Morelia.
Cuatro buenas
La coproducción entre Irán, Francia y Luxemburgo titulada en español Fue sólo un accidente (2025), del realizador iraní Jafar Panahi (El globo blanco, 1995; El círculo, 2000), obtuvo la Palma de Oro en una edición del Festival de Cannes particularmente reñida, como se verá aquí más adelante. Escrita por él mismo y coproducida por el propio Panahi en compañía de Philipe Martin, la historia que se cuenta apela al absurdo al que puede llegar una situación que se sale de control o que, como también puede considerarse en este caso, jamás estuvo bajo el control de nadie: un fortuito y más bien menor accidente automovilístico en carretera desemboca en la posibilidad de cobrar venganza por parte de un conjunto de personas agraviadas en el pasado, a manos del conductor del automóvil siniestrado. Con toques de un humor asaz agridulce, Panahi hace un nuevo retrato de la sociedad iraní, atrapada entre el control estatal y la sofocación de las conciencias, y la búsqueda de una mínima justicia.
Sin parentesco alguno con el célebre Lars, homónimo de apellido, el noruego Joachim Trier (Más fuerte que las bombas, 2015; Thelma, 2018), coescribe con Eskil Vogt y dirige Affekjsonsverdi, en español Valor sentimental, una coproducción entre Noruega, Francia, Dinamarca y Alemania en la que se combinan, a partes iguales, dos diferentes tipos de tensión: la que puede darse en todo proceso creativo, en este caso cinematográfico, y la que suele presentarse en las relaciones hija-padre, aquí actriz y cineasta, respectivamente. Con la casa familiar en el centro de la trama, Trier se tira a fondo en una reflexión de tonos cálidos en torno a la ausencia, la permanencia y el reencuentro.
Para felicidad del cinéfilo, Jim Jarmusch es de esos directores incapaces de hacer una mala película, lo cual se confirma con su deliciosa trilogía de brevedades titulada Father Mother Sister Brother (EU/Irlanda/Francia, 2025), es decir Padre madre hermana hermano, que lleva entero el sello jarmuscheano de la sólo aparente simplicidad. En la primera, hijo e hija ya adultos, ya dedicados cien por ciento a sus respectivas vidas, van a visitar a su padre, a quien al mismo tiempo conocen y desconocen; él, por su parte, no los rechaza pero tampoco los necesita y los recibe como quien sólo pretende que no le quiten demasiado el tiempo. En la segunda, dos hijas –una conservadora y bien portada, otra liberal y cabezadura– visitan a su rígida y bien estructurada madre, y las tres se dedican a desempeñar un papel más bien de convención social que de interés personal. La tercera corresponde a un par de hijos mellizos, jóvenes adultos, que se reúnen tras la súbita muerte de sus padres, en un ejercicio de puesta al día con sus propios recuerdos familiares y una evocación afectuosa tanto de sus progenitores como de ellos mismos cuando niños.
Cuando era universitario, el bastante joven Bi Gan –apenas tiene treinta y ocho años de edad– vio Stalker, de Tarkovsky, al verla decidió ser cineasta y a partir de entonces no ha hecho sino ganar premios y prestigio, verbigracia con Kaili Blues, de 2015. Una década más tarde, en opinión de muchos –incluyendo a este juntapalabras– su deslumbrante Kuang ye shi dai (China, 2025), en inglés llamada Resurrection, debió ganar la Palma de Oro de este año. Con guión suyo y de Zhai Xiaohui, la cinta es ambiciosa, compleja y por momentos deliciosamente desmesurada, como corresponde a una historia tan inabarcable como ésta, en la que Gan vuelve sinónimos al mundo onírico y al cine, y con un alarde inmenso de fantasía visual y auditiva hace a un tiempo la revisión de la historia entera del cine, así como una crítica a los tiempos actuales, cuando la humanidad vive atrapada en la incapacidad de soñar.