La obra maestra y la amistad: tres cartas de Efrén Hernández a Juan Rulfo
- Alejandro Toledo - Sunday, 09 Nov 2025 21:19
El inicio de la amistad entre Efrén Hernández (1904-1958) y Juan Rulfo (1917-1986) está documentado. Fue el primero que presentó el cuento “La cuesta de las comadres” en la revista América (núm. 55, febrero de 1948) con un texto introductorio, firmado bajo su seudónimo Till Ealling, en el que relataba sus primeros encuentros con el joven escritor. Contaba ahí Hernández: “Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños, si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo que lo delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesase su vocación, enseguida, a que me mostrara sus trabajos y, a la postre, a no seguir destruyendo.” Para concluir: “Sin mí, lo apunto con satisfacción, ‘La cuesta de las comadres’ habría ido a parar al cesto.”
En una conversación de enero de 1954, confirma Rulfo a Elena Poniatowska esa historia: “Él leyó mis primeras cosas, él publicó mi primer cuento: ‘La vida no es muy seria en sus cosas’ [...] Yo le debo a Efrén una barbaridad de cosas. Los dos trabajábamos en Migración, allá por 1937. Y un día me dijo: ‘¿Qué está usted haciendo allí con todos esos papeles escondidos?’ ‘Pues esto.’ Y le enseñé unas cuartillas: ‘Malo. Esto que está usted haciendo es muy malo. Pero a ver, déjeme ver, aquí hay unos detallitos.’ Y ya ves cómo es Efrén, además de gran cuentista, pues me señaló el camino y me dijo por dónde. Efrén parece un pajarito, pero con unas enormes tijeras de
podar me fue quitando toda la hojarasca, hasta que me dejó tal como ves, en pleno Llano en llamas, hecho un árbol escueto.”
Efectivamente, “La vida no es muy seria en sus cosas” se publicó en el número 40 (junio de 1945) de la revista América.
Están, además, para apoyar todo esto, las dedicatorias manuscritas de Rulfo. La de El Llano en llamas dice: “Al admirable amigo Efrén Hernández, a quien debo más que afecto, el ser padre de este trabajo. La gratitud, ahora y siempre, de Juan Rulfo.” Y la de Pedro Páramo: “Al gran amigo Efrén Hernández con cariñoso abrazo de quien lo admira y le debe todo, Juan.”
También dirá Rulfo más tarde, en un testimonio filmado (incluido en el documental Cerrazón sobre Efrén Hernández, producido en 2016 y que dirigió Eduardo González Ibarra), y como una variante de esta última dedicatoria: “Hablando en plata, a Efrén Hernández le debo todo.”
El mejor ejemplo de cómo miraba Rulfo a Efrén Hernández es aquella foto que le tomó en el campo, y en la que lo retrata, a él que era pequeño, como un gigante.
Hace muchos años, en una visita a la Fundación Juan Rulfo (promovida por Mario Casasús a partir de mis trabajos sobre Hernández), me presentó Víctor Jiménez una carta de Efrén a Rulfo, y mostré interés en presentarla en alguna de mis publicaciones sobre el autor leonés. “Habrá que esperar a que la usemos primero nosotros ‒me dijo Jiménez‒. Luego, te la liberamos.”
Cada tanto revisaba las ediciones de la Fundación y me daba cuenta de que la carta no había sido tomada en cuenta. E insistía a Víctor Jiménez, por correo electrónico, en mi interés por ese escrito. La última petición fue a partir de mi hallazgo de unas cartas de Efrén a Beatriz Ponzanelli (durante el noviazgo y los primeros días del matrimonio, cuando la familia de ella los mantenía alejados), lo que generó el proyecto de trabajar un tomo (aún en proceso) con la correspondencia de Efrén Hernández.
En julio de 2023 me llegó este mensaje: “Hola, Alejandro: Vas a tener que esmerarte con el agradecimiento a la señora Clara Rulfo. Te explico. No es una carta. Son tres (de fechas cercanas), y la Sra. Rulfo nos autoriza que se te hagan llegar las tres. En un rato más te las hago llegar, una por una. Lo único que tienes que hacer es transcribirlas cuidadosamente para corregir algunos errores mecanográficos, claro. No sería conveniente que reproduzcas las imágenes.”
Recibí ese día, en efecto, varios correos con fotografías de las tres cartas. Al poco tiempo murió doña Clara (1928-2023), y hace unos meses dejó este mundo, y su custodia de la obra de Juan Rulfo, el propio Víctor Jiménez (1945-2025), y presento ahora estos materiales en su memoria y como un esmerado agradecimiento a ambos por habérmelos confiado.
Las cartas se ubican en esos días en que Rulfo se encontró con Clara Aparicio, cuando se dedicaba además a la escritura de su primer proyecto novelístico: El hijo del desaliento. Y Efrén, por su parte, buscaba darle forma a Cerrazón sobre Nicomaco.
Primera carta
Efrén Hernández
Rosas Moreno cientouno.
México, DF.
México, DF., a 14 de octubre de 1941
Sr. Juan Pérez Rulfo Vizcayno
Morelos 2347,
Guadalajara, Jal.
Mi muy querido, muy estimable y sin
gularmente bondadoso amigo Juan:
Recibida su muy amable y grata del 25 de septiembre próximo pasado, acuso a Ud. recibo sí del objeto material que es en sí su carta, más de la complacencia que ésta para mí ha traído consigo.
Vamos a ver: en primer lugar se ha acordado de mí, en segundo me dice una porción de cosas por todo extremo amables, en tercero me las expresa con extrema delicadeza y muy buena gracia y, en cuarto me da buenas noticias. Y yo le digo, en síntesis, que por todo ello le quedo muy obligado y le repito que por cada uno de estos puntos o lugares me ha causado un placer que entiendo no ser suma sino múltiplo de cuatro.
Me avergüenza que siendo Ud. el primero en escribirme todavía se eleve a la fineza de pedirme disculpa por no haberlo hecho antes. Muy bien, comento, “si así tratan la leña verde qué no harán con la seca”, en este caso qué vendrá a ser de mí, que no sólo he sido tan pecador como vuesa merced; pero que todavía añado otros quince días de pertinacia y permanencia dentro del pecado de omisión del no escribir, y sobre ello, si tomamos en cuenta que a partir del día en que recibí sus letras le soy deudor de una contestación. La verdad es que si no lo conociera lo suficiente para sentirme descansado en sus bondades, desesperaría de alcanzar perdón, que yo por mí sé muy bien que si me atengo a mis méritos, no lo mereciera. Sin embargo quiero rogarle que no piense excesivamente mal de mí, no tenga por tan morosa mi amistad como lo muestran mis malas obras. Líos de este enredado mundo del empleado y solicitaciones de otras bagatelas de ésas en que lo enreda a uno la vida, me han hecho ir posponiendo el propósito de contestarle sin dilación ninguna.
Ahora, refiriéndome a expresiones suyas, permítame que lo felicite harto cordialmente por eso de esa criatura que le ha quitado el tiempo. Yo no diría quitar, quitar el tiempo, lo quitan otras cosas, no esas criaturas que, salvo en casos de desacierto y de extravío, le dan a uno impulso, lo enriquecen, lo enriquecen de aliento y lo alimentan de entusiasmo. Ojalá y esta sea en su vida pivote positivo que permita el fluir de su pulso y el encauzamiento y desplazamiento armónico de sus energías. Ahora que, si Ud. ha andado en su ilusión un tanto apresurado, no digo nada, no todo el monte es de orégano y el tiempo se encargará de hablar. A su tiempo se verá si ha sido o no pérdida, y aun perdición, de tiempo.
Con todo, compañero, verdadero compañero, hay que escribir esa novela, hay que acabarla y que hacer otra y otra. Es una deuda que usted tiene con con este necesitadísimo pueblo cuya cultura y gradación de existencia son tan míseras como todos sabemos. Pueblo de generales, mercaderes de toda suerte de mercancías, sin excluir la ciencia ni el arte ni la religión, de rateros y de material electoral y toda clase de especímenes de débiles mentados y de indiferenciados. Y allá a las quinientas va apareciendo Ud. que, como por arte de magia, se ha ido edificando aquí donde no hay suelo, diferenciando aquí donde todos son rebaño y sostenido en pobreza voluntaria aquí donde nadie da un paso sin linterna, ni ninguno la baila sin huarache.
No se deje de esa criatura, dulcinideltobosifíquela, y apréstese a salir por esos campos, esgrimiendo la pluma contra los fantasmas, falacias y espejismos que se han ido adueñando del mundo. Hace falta, hace mucha falta que el hombre se dé cuenta de lo que es el hombre y, a nosotros que no nos cuenten, esto es lo que debe ser cualquier libro que aspire a serlo bueno, un documento humano, una aportación en pro del conocimiento del hombre.
Espero, con muchos deseos, que me diga cómo van ya para ahora esos trabajos, quisiera ver el camino que va tomando ese hijo del desaliento tan impregnado de sensibilidad y de ternura y de realidad humana, que si cuando estaba en embrión ya cautivaba, no sé ahora, que va acabando de informarse adonde irá subiendo.
No me parece urgente que este personaje hable en “tú”, o como segunda persona. Me parece que lo que me había usted dicho era que pensaba cambiarle pronombre, no experimentar si aparecían algunos nuevos atisbos referentes a la penetración del personaje. Claro que podría ser útil; pero la verdad que es artificio harto laborioso y aunque no hay duda que daría algún fruto, no estoy seguro si desquitaría tanto trabajo. También pienso que si no puede trocar el yo por el tú se debe a que toma demasiado en cuenta lo que textualmente ha escrito en yo. Tal vez sería preciso huir toda reminiscencia textual y partir del conjunto sensitivo de donde surgió la novela. Ya me dirá qué cosa es lo que piensa sobre esto y sobre todo lo demás, relativo a esto.
En fin, no le digo más. Ya lo haré más adelante.
Lo manda saludar Tavo, lo manda saludar Aurelia, Beto está en un rancho reponiendo un poco su salida, me escribió y dice que vendrá dentro de unos meses, a San Martín no lo he visto últimamente.
Con muchos deseos de verlo y sustituyendo éstos con el de que no siga mi mal ejemplo y me escribirá pronto, aquí estoy dándole yo también al lápiz tinta y esperando lo que vaya saliendo de su buen cacumen y humano corazón.
Efrén
Segunda carta
Efrén Hernández.
Rosas Moreno ciento uno.
México D.F.
25 de noviembre de 1941
Sr. Juan N. Vizcaíno Pérez Rulfo,
Guadalajara, Jal.
Amigo mío muy querido escogido entre muchos:
Nuevamente, inconforme con mi voluntad, salgo a contestar su última muy grata, con largo retraso, y ya no le digo nada, solamente prometo corregirme y me avergüenzo.
Siento mucho que haya estado enfermo, deseo que no se repita el caso en mucho tiempo.
No hay que ser, Ud. sabe muy bien en qué me fundo cuando me pongo a esparcir a los cuatro vientos la buena opinión que de Ud. tengo. Claro que Ud. al no reconocer y no engreírse con las buenas disposiciones que le son propias, no hace sino portarse como quien es y puede portarse así. Nunca he esperado menos, si no me constara que a las cualidades de sensibilidad y entendimiento, junta Ud. la de una natural impasibilidad y humildad, me guardaría un tanto de contribuir a que se infatuara y se subiera a donde, después, ya ninguno lo pudiera bajar; porque así los hay y son muy abundantes; pero esto quiere decir que no son personas íntegras ni cabales. Con Ud. no hay ese peligro: estoy cierto que el conocimiento de los bienes que posee no puede conducirlo a otras vías que sentirse responsable y a dedicarse a sacar el mayor fruto que pueda desprenderse de sus bienes.
La Señora de Hernández ha recibido con mucha gratitud sus saludos; me ha encargado que se los retorne muy sincera y muy cumplidamente. Añado que sus buenos deseos se realizan al pie de la letra. Aurelia, Martín y el tercero de sus servidores se encuentran sanos así de sus potencias como de sus miembros y son felices. Mil gracias.
He tratado de seguir el orden de asuntos, según el que se sucede en sus letras. Si no me equivoco, ahora le ha llegado el turno a la conminación que me hace de que le hable de mi novela. Pues empezaré por declararle que no siempre, digo, todos los días, está el palo para cucharas. En ocasiones me va bien, adelanto algo sin mucho esfuerzo, otros, adelanto algo, sí; pero a costa de mucho esfuerzo, y otros, todo esfuerzo me resulta vano y por mucho que me empeñe, continúo atorado. Así soy yo, falto de continuidad y, qué le vamos a hacer, vanamente nos dedicaremos a buscarle perillas al petate. En números concretos, llevo escritas 153 cuartillas, y no sé bien, pero pienso que aun de esto poco, quién sabe cuántas cosas se destinarán al cesto por sentencia de su propio servidor, cuando se llegue la hora de la segunda revisión que pienso hacer de todo este trabajo cuando lo termine. Creo, sin embargo, que algo llegue a salvarse, que tiene sus cachitos regulares. Hasta ahora, siempre me había parecido, en contra de la opinión de casi todos los que conocen mis esfuerzos, que no había logrado en la prosa las cualidades de sinceridad y aliento que en los versos; pero ahora sí creo que hay pedacitos que van pisando los talones a lo menos bajo de mis hechuras en verso. No quiero darle transcripciones textuales, porque a mi entender sólo siguiendo en el curso de la novela el desenvolvimiento y situación que a cada parte corresponde, puede encontrárseles cabal sentido. Tampoco quiero relatarle algún resumen, porque, si no me acuerdo mal, ya, de palabra, en varias ocasiones le he dado explicaciones bastante pormenorizadas. En síntesis, se está trabajando, trabajando, aunque con resultados en realidad escasos en cantidad. En cuanto a la calidad, aun cuando ya le dije mi impresión actual y favorable, todavía mi experiencia me hace temer, como ya le digo, la segunda lectura. Una cosa es juzgar en caliente a la hora en que se están viviendo los asuntos, y otra, juzgar en frío, serenamente, ya cuando la obra nos ha dejado, y podemos verla desapasionadamente.
Muchísimo me alegro de que haya vuelto a aparecer, en su mundo imaginativo, El Hijo del Desaliento. No se cuide de la gramática. Eso queda para los que no pueden aspirar a ocuparse de otra cosa. No se le olvide: gris es la teoría y verde el árbol de oro de la vida. Una novela es la vida, y la gramática, todavía un poco menos que la preceptiva, de manera que, siendo la preceptiva, la teoría, a la gramática no le viene a tocar ni tan siquiera el rango de la teoría. Es todavía menos que teoría. Sí, señor, y no creo yo que Ud. pueda sentirse impotente a causa de la gramática. La gramática, esa en que Ud. piensa a veces, no representa sino un desvío, un pretexto. Quiero decir, una manera fácil y momentánea de explicarse algo transitoriamente, algo que es nada más naturalísima condición humana. A veces se puede, a veces no se puede, eso es todo. Cada cual ha tenido que pasar por tales trámites sin que, en definitiva, hayan impedido la obra. No sé si le he dicho anteriormente: hay que trabajar con desesperación. ¿Sabe de quién lo he aprendido? Creo que sí lo sabe, de Baudelaire. Con lo que Ud. verá que ni el sr. Vizcayno ni el sr. Baudelaire son una excepción en esto de padecer temporadas de sequía. Ah, se me olvidaba; pero acabo de recordarlo sin que sepa cómo. En lo de la segunda persona los dos nos equivocamos. En realidad, yo, cuando escribí: segunda persona, estaba pensando en la tercera. A Ud. debió pasarle lo mismo. Nunca se me ocurrió que Ud. intentara hacer una translación en TÚ.
Me parece verdaderamente viva y leal la secuela que va siguiendo en su novela. Estoy refiriéndome a todo el conjunto de lo que conozco, pero ahora particularmente al tramo que me narra sucintamente en sus últimas letras. No sé qué sensación de ternura y tragedia simultánea me produce ese trance de pensamientos que intuyo en el hijo del desaliento, cuando a través de ellos llega a la conclusión de que necesita la compañía de una mujer semejante a la de su tía Cecilia. Estoy sintiéndome tentado de teorizar un poco; pero después de pensarlo he preferido no decir nada, pues temo que quizá una intromisión teorética produjera el mal efecto de que su imaginación, distrayéndose en esto, por la ley de la menor resistencia, pues es más fácil teorizar que concebir, perdiera en ingenuidad. Sobre estas cosas hay que teorizar para acabar de comprenderlas, claro; pero nunca antes de que la hechura esté hecha. Así que esto lo dejaremos para su debido tiempo.
Ya veremos qué tal lo hace esa muchachuela que tiene hoyuelos aunque no se ría, trabajando en una novela, ya veremos si está a la altura de las circunstancias. No lo dudo; pero ya lo veremos. Por lo pronto, ruéguele que se digne recibir mis más cordiales expresiones, a través de Ud. de
estimación y respeto.
No le perdono la molestia que me hace con su periodicote, porque por más que me he devanado los sesos en encontrar alguna dentro de mí, no he tropezado sino con la más sincera y profunda complacencia. Y mire cómo resulta cierto eso que dicen ‒guardada la debida proporción‒ de que cada cabeza es un mundo. Ud. dice, ese periodicote con que le quito el tiempo, y yo pienso que el tiempo que ocupé en leerlo fue de los más logrados. Ya, en ratos, por la buena gracia con que Ud. enristra la máquina de escribir, ya porque para mí Ud. es persona extremadamente grata, a quien cuento entre lo mejorcito con que, por suerte, me ha sido dado tropezar en este generalmente parejo y vulgar mundo.
Si me quiere complacer, escríbame otro periodicote.
E Hernández
Tercera carta
Efrén Hernández
Nazas 43.
México, D.F.
Enero 15 de 1942
Sr. Don Juan Nepomuceno Vizcayno Pérez Rulfo,
Guadalajara, Jal.
Mi imponderablemente estimable y querido amigo:
Esta carta no me la agradezca, es de cajón, señor, pues tiene por objeto notificarle que el domicilio de su casa ya no es Rosas Moreno ciento y tantos; sino Nazas 43.
La mamá de la Yeya se enfermó, llegamos incluso a temer por su fallecimiento, por fortuna ahora ya está al margen de ese peligro; con todo sigue mala y su restablecimiento es penoso y largo. En consecuencia ha sucedido que la Yeya no estaba casi nunca en casa y no estaba conforme ella, ni contento yo. Llegaba yo a la casa, pongamos por ejemplo a la mitad del día. Entonces miraba la cama destendida, la cocina sin lumbre, el suelo sin barrer. Vinieron los hermanos de la Yeya y nos convencieron de que transitoriamente, mientras la mamá de ellos se restablecía un poco, nos fuéramos a morar a la casa de ella. Así han sucedido las cosas, si alguno va, se le presenta y le cuenta algo distinto, no le crea.
Aquí le adjunto una carta que hice para Ud. y que me devolvieron nada menos que por falta de porte. Me parece que sí compré los timbres, sino que tal vez se desprendieron, esto lo imagino yo, porque en realidad no sé lo que haya podido suceder, aunque con frecuencia hago burradas semejantes a esta.
De Ud., desde que tuve el gusto de verlo por aquí, no he vuelto a tener noticias; espero que se encuentre bien y en muy íntima armonía con la linda señorita guadalajareña que tiene agujeritos en las mejillas aun en los contados momentos en que no sonríe.
También espero que siga dando frutos artísticos la mata de Apolo que en el fértil terreno de su ser se asienta y que en esto y en todo siga caminando hacia adelante y cuesta arriba.
Temo que, según me ofreció, me haya enviado algunas letras, y acaso y por ventura, también algún trozo del hijo del desaliento; pero que el cambio que he hecho de dirección haya sido un obstáculo para que llegaran debidamente a mis manos.
Ahora a mí es a quien toca decir que estoy atarantado, ni patrás ni palante. No es posible vivir sin que se atraviesen obstáculos que turben y enturbien el espíritu, y reduzcan a una mínima parte el logro de sus naturales frutos.
Pero entre Ud. y yo hay una diferencia, que como ya soy más madurito de años ya conozco estas cosas y no me entra pesimismo y digo, paciencia, en tanto que Ud. cree que estos estados de ánimo son definitivos.
Lo manda saludar la Yeya. De mí, reciba un cariñoso abrazo.
E. Hernández