Gabriel García Márquez y la permanencia de la novela
- Juan Gabriel Caro Montoya - Sunday, 16 Nov 2025 06:45
Dos años después de conocerlo, volví a encontrarme con Gabriel García Márquez. Y hablamos de todo lo que se nos pasó por la cabeza, sin preocuparnos de que nos estuvieran observando. Cuando supo que quería una entrevista, me pidió que le garantizara la seriedad de la publicación y del periódico. “En algunos países siempre me he negado a que me fotografíen y me hagan entrevistas. No quiero que me lancen mierda con el estrellato fabricado por ciertos periódicos sensacionalistas. Voy a comer con este actor o con aquel director porque son amigos míos, pero me mantengo alejado de los periódicos sensacionalistas.” hablamos de todo a medida que giraba la película de la cámara fotográfica.
‒¿Permitirá que Cien años de soledad llegue a las pantallas de cine?
‒No; lo deforman, lo destruyen e impiden que la gente reciba el mensaje.
‒¿Cuándo verá publicado su último libro, El otoño del patriarca?
‒Un día u otro, este año o el próximo. No tengo prisa.
‒Después de que usted firmó el documento en el que se pedía al gobierno español que revocara la pena de muerte dictada contra los vascos, ¿tuvo problemas con el gobierno franquista?
‒No hago política en España, me interesa Latinoamérica. Además, el gobierno español no quiere armar alboroto conmigo, ni tampoco quiere golpear el tambor frente todo el mundo.
‒¿Cuándo volverá a Colombia?
‒En junio.
‒¿Cuál es su posición frente al gobierno
colombiano?
‒Mira, este es el país más difícil de transformar en toda América Latina. Los hidalgos explotan las antiguas estructuras ultrarreligiosas, moralistas y represivas creadas desde el siglo pasado para asfixiar al pueblo y destruir cualquier brote de libertad. Esta represión ha reducido al pueblo a tal estado de desesperación que ahora sólo quiere una guerra para acabar con los que gobiernan; quieren sangre, el gobierno los ha obligado a quererla. Yo mismo le pedí al presidente Pastrana que suspendiera las torturas en las cárceles y que liberara a los presos políticos detenidos masivamente en las cárceles y colonias penales. Respondió que no puede hacer nada, que tiene las manos atadas por los militares, que éstos, con el pretexto de moralizar al país y establecer el orden, se han apoderado del poder. No dan un golpe de Estado porque no lo necesitan. Les conviene
más conspirar amparándose en la democracia. Mis colegas me han pedido que ayude a sus amigos con declaraciones en la prensa que denigren al gobierno. Pero ¿de qué sirve eso? De nada. En cambio, hice otra cosa más positiva: fundé un centro para ayudar a los presos políticos con los diez mil dólares que obtuve gracias a un premio literario en Oklahoma. Y no me equivoqué al prestar esa ayuda. Allí todos los presos políticos son de izquierdas. Nunca he conocido a un preso político de derechas. Además, creo que hay que intentar unificar los dos movimientos guerrilleros, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional), hoy divididos por culpa del Partido Comunista. La lucha armada es la única vía para cambiar el sistema colombiano.
‒¿El sistema colombiano no se opone a su actividad en favor de los presos políticos?
‒No, utiliza mi política para decirle al pueblo: “¿Ven? ¿Ahora tienen claro que lo que dicen los anarquistas y los guerrilleros es completamente falso? Este país es democrático, la nuestra es una democracia real, incluso permitimos que Gabriel García Márquez ayude a los rebeldes.” Pero las cosas no son así. El gobierno me tiene miedo. En América Latina, los escritores somos vacas sagradas. Me consienten ciertas cosas sólo por miedo a que el mundo se entere de qué clase de gente nos gobierna. En Cuba ocurre lo contrario. Allí, Castro ha llamado “perros” a ciertos escritores latinoamericanos, les ha quitado los cargos que tenían en la Casa de las Américas y les ha prohibido la entrada a la isla.
‒¿Usted firmó la declaración en defensa del escritor Padilla y en contra de Castro?
‒No; además yo me encontraba en Colombia y la declaración se firmó en París. Mis relaciones con Castro son excelentes, tanto que este año me invitó a ir a Cuba.
‒Sé que usted es amigo de Allende. ¿Qué
opina de la situación chilena? ¿Cómo cree
que terminará?
‒Soy amigo de Allende y también del ministro de Cultura. Conozco la situación chilena. Frey dejó el país en bancarrota, con una deuda externa de cuatro mil millones de dólares y políticamente sumido en el caos. El gobierno de la democracia cristiana se mostró incapaz de todo, vendió el país a los gringos y jodió al pueblo. Allende lo está recomponiendo. Por extraño que parezca, con la victoria de Allende ha ocurrido lo contrario de lo que ocurrió con la Revolución Cubana. Todos nos emocionamos con la victoria de Castro y recibimos con frialdad la de Allende. Para mí es el mejor estadista del mundo. Hace movimientos estratégicos geniales para golpear a sus adversarios. Sólo los críticos que ven su gobierno desde fuera lo califican de fracasado, haciendo oídos sordos a lo que ha sucedido: el atentado de la ITT, las luchas en el Senado contra los fascistas y otras cosas. Pero no tienen en cuenta que el pueblo, a pesar de estar sometido a la escasez alimentaria, a pesar de estar amenazado por la derecha, a pesar de estar desnutrido, votó por Allende en las últimas elecciones.
Los chilenos sí tienen conciencia política. El
pueblo chileno sí sabe hacia dónde va.
‒Además de los problemas de censura que tuvo Cien años de soledad en Colombia, ¿encontró dificultades para su distribución en otros países?
‒Sí, en Rusia. Lo publicaron de un día para otro, sin decirme nada. Fue un éxito editorial: cien mil ejemplares vendidos en menos de un mes. Sin embargo, no sólo lo publicaron sin avisarme sino que también suprimieron las escenas de amor y otras cosas que no encajaban con el socialismo soviético. Protesté ante este abuso. La respuesta fue una avalancha de insultos por parte de Pravda. Entonces pedí los derechos de autor, pero me los negaron. Luego me los reconocieron, pero no tienen valor retroactivo. Así que sigo sintiéndome fastidiado.
‒Desde hace años ‒sobre todo hoy‒ se habla
de la muerte de la literatura y de la novela en una sociedad industrializada en la que se conversa casi exclusivamente de investigación y tecnología.
‒Siempre se ha hablado y siempre se hablará de la muerte de la novela. Todo el tiempo ‒desde que me senté a escribir las primeras líneas de mi primer libro‒ escuché circular estas tonterías. Hay períodos ‒largos períodos‒ en los que la novela duerme, pero luego llega un gran novelista y la despierta, devolviéndole a la gente la realidad cotidiana con otros ojos. Y a la gente le gusta, la gente se divierte, siente curiosidad por el hecho de que otra persona le cuente su propia historia, su propia vida, sus propios problemas cotidianos. Los grandes novelistas recogen y le devuelven a la gente lo que muchos novelistas mediocres y malos no han sido capaces de hacer. Esta historia del fin de la novela es una burda invención: en el fondo se trata sólo del fin de un buen novelista y de la falta de otro que lo sustituya. La novela despierta cuando nace un escritor capaz de emocionar, de hacer reír, de hacer llorar y también de conmover a los lectores.
‒¿Cómo van los movimientos revolucionarios venezolanos? ¿Qué lo llevó a donar cinco millones de liras al [partido político] M.A.S.?
‒Es el único movimiento venezolano que puede lograr algo. Nació de una escisión del Partido Comunista y hoy tiene mayor poder que él. Ha dejado de lado el marxismo que viene del exterior, el marxismo ortodoxo, para arraigarse en la realidad venezolana.
‒Entre sus amigos judíos, ¿existe alguno que esté de acuerdo con las políticas del gobierno de Israel?
‒No; además, también al interior de ese país hay corrientes de izquierda, pero tienen las manos atadas por la clase dirigente. En lo que respecta a Israel, no tiene problemas. Los palestinos, en cambio, sí los tienen. Son ellos los que necesitan un pedazo de pan, un pedazo de tierra, aunque sólo sea para morir y encontrar un lugar donde ser enterrados. Israel no lo necesita… Así que los palestinos están llevando a cabo sus acciones bélicas fuera de Oriente Medio porque están desesperados, porque los están matando, porque la clase dirigente israelí les ha despojado de todo, incluso del derecho a la vida. Por supuesto, no basta
con decirlo: el problema es mucho más complejo.
‒Volviendo a Colombia, el año que viene habrá elecciones para elegir al nuevo presidente. ¿Quién cree que llegará al poder?
‒Un expresidente. Sabemos muy bien que, desde el siglo anterior, siempre tenemos a la misma gente en el poder, siempre los mismos dueños del país, los mismos millonarios, los mismos terratenientes. El pueblo quiere la revolución, los guerrilleros hacen lo que pueden y él, Carlos Lleras Restrepo, va a arruinar el país. Ahora está fuera de Colombia devanándose los sesos para volver con una fórmula “mágica” de gobierno: naturalmente, una fórmula ultrarrevolucionaria, más avanzada que los propios programas políticos de los guerrilleros. El peligro será que una fórmula de este tipo corresponda a las expectativas del pueblo. Prometiendo demagógicamente sin cumplir, Lleras Restrepo será el próximo presidente, sumirá al pueblo en un atolladero y completará una represión que no tuvo tiempo de llevar a cabo durante su anterior mandato.
‒¿Qué pasará con los presos políticos bajo el régimen de Lleras?
‒Quién sabe si vivirán para verlo. Las cárceles están sobrepobladas de presos políticos. En Barrancabermeja han condenado a varios trabajadores de las compañías petroleras acusados de incitar a sus compañeros a la huelga, y varios consejos de guerra están juzgando a más de cuatrocientos miembros de una red subversiva. Menos mal que todos están fugitivos.
‒¿Tiene algún amigo entre ellos?
‒Uno muy cercano a mí. Adiós, hermano, debo irme.