Los renglones cortados de Guillermo Briseño
- José María Espinasa - Sunday, 16 Nov 2025 07:06
Los jóvenes con vocación poética suelen escuchar sobre lo que escriben: no es poesía, son renglones cortados. Más allá de la condición crítica del dicho, no pocas veces despectiva, la expresión tiene su miga: los renglones se cortan porque, si aspiran a cantar, esa intención se plasma sobre la página. Cuando se empieza se hace intuitivamente: se cortan donde se oye un corte respiratorio. El entrenamiento auditivo de un bardo popular los corta con el ritmo que busca. Ya sabemos que no es fácil que los poetas cultos escriban coplas o letras para canciones de éxito. Pongo un caso evidente: Sergio Andrade, quien publicó un libro de poemas, en sus textos se siente siempre la guitarra detrás; su talento, indudable, era de letrista, pero ese género no entra en la poesía culta, como el guión no suele entrar en la narrativa. Pero hay letristas que son poetas, basta pensar en Bob Dylan en inglés, George Brassens en francés o Joan Manuel Serrat y Violeta Parra en nuestra lengua.¿Qué lleva a un cantante a escribir poesía? Pienso que el decir algo más profundo o algo más denso de lo que el letrismo le permite en la especificidad de su intención, mucho más inmediata. ¿Cómo corta sus renglones, como concibe el metro un cantante? Y más específicamente un cantante de rock, porque en esta nota quiero referirme a la poesía de Guillermo Briseño, que como cantante de rock no requiere presentación alguna, es uno de los más notables representantes del género en México. En poesía cuenta, sin embargo, con varios libros, Recetas de familia, Mucha dicha, Silencio intacto y otros elogios, Versos para después y Adiccionario. Voy a decir una obviedad: el poeta oye su texto que formula escrito, el letrista ve su texto sobre la página, aunque luego se vuelva oralidad. El quid está en qué significa oír. Por ejemplo, en Adiccionario, desde el título manifiesta su condición escrita, diría incluso sobreescrita. Briseño no confunde, escribe sobre la página y oye esa escritura, no la guitarra o el piano que puede ir detrás, lo cual sería lógico en su caso, por eso escribe tan buena poesía, y pasa de una práctica hiperculta ‒aliteraciones, bromas léxicas, juegos de palabra‒ a otra, bronca, claramente sabiniana, sin preocuparse por mantener una unidad que sin embargo mantiene asombrosamente.
Los juegos de palabras que hace son desde luego intuitivos, pero van tomando una fuerza que los lleva a tener resonancias, no sólo de José Gorostiza o Efraín Huerta, sino más atrás, de Góngora y Quevedo. Otra vez leer/oír es un mismo gesto en el lector y eso se plasma en el escribir/ver del poeta. Así Briseño va publicando un libro aquí, otro por allá, en una aparente dispersión que sin embargo es engañosa. En Música dicha, silencio intacto y otros elogios se deja ir en un sentido conversacional que comparte con algunos de sus contemporáneos ‒por ejemplo, Alejandro Aura o su admirada Mónica Mansour‒ porque hay algo que, provocado por la lírica contemporánea, a uno se olvida que una de las funciones del poema es “decir”, aunque diga el silencio. ¿No es a veces más difícil decir el ruido que nos rodea, en el cual estamos inmersos y al que también hay que darle sentido? Y uno de los sentidos es justamente oírlo y no quedarse sordo en su estridencia y en su barullo. En otro libro, Versos para después, el enigma está siempre presente ¿después de qué? Yo lo veo como una ironía: para alguien que vive intensamente el hoy no hay después, o, al contrario, el hoy siempre es un después: el instante se desdobla en su capacidad de durar. Es en ese momento que la faceta por la que lo conocemos, el rock, se cuela sutilmente en su escritura. Si, como he escrito en otras ocasiones, la poesía tiene que ser canto, a veces canta contando, y en ese cuento se va colando la melancolía y la tristeza, tanto como la alegría y la felicidad. Yo me lo imagino así: escribe para descansar la garganta, esa que como en el cante y en el rock, se suele romper, y en la página se reconstruye.
En Recetas de familia subraya el referente personal, pero él creció con la convicción de que lo personal es político, y yo corregiría la frase: lo personal es poético. La vida está empedrada por la muerte: padres, hermanos, amigos. La página puede ser un camposanto; ¿y quien no ha caminado por un cementerio sintiendo sin embargo que hay allí vida? Y Briseño desata su contenido lirismo de otros libros: se deja ir en busca de la emoción. Vuelvo a la frase del principio: los renglones cortados. La tijera que se usa suele ser esa, la de la emoción. Y la usa el joven aprendiz de sastre y el ya maduro que toma las medidas sin tener que usar cinta métrica. Por eso los renglones cortados de Briseño están muy bien cortados. Un volumen que reuniera su poesía nos revelaría a uno de los mejores poetas de nuestro tiempo en México, y en una poesía que solemos dejar de lado por prejuicios. Este veloz recorrido por algunos de sus libros quiere ser una llamada de atención sobre una escritura que no suele estar en el iluminado escenario de la lírica contemporánea.
Resumamos: toda poesía es una letra de canción, aunque no se cante, aunque no haya una música compuesta exprofeso, esa “música de las esferas” se escucha siempre y su milagro es que se escucha incluso si estamos sordos a ella, termina por imponerse a nuestras (malas) costumbres. Porque no es el sastre el que hace al traje sino el cuerpo que lo viste, y es el que acaba dándole forma, es decir: sentido.