Razón y reflexión: La narrativa de Flannery O’Connor

- - Sunday, 16 Nov 2025 06:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La escritora estadunidense Flannery O’Connor ( 1925-1964) es una de las narradoras más destacadas y originales en habla inglesa de mediados del siglo anterior, autora de títulos como 'Sangre sabia', 'Los violentos lo arrebatan' y 'Un hombre bueno es difícil de encontrar'. No sólo compartió con William Faulkner y Carson McCullers la narración del llamado “gótico sureño”, sino que su obra también es una reinterpretación de las Sagradas Escrituras, y esa visión religiosa de la literatura y el pensamiento resultan evidentes en las cinco cartas presentadas aquí, dirigidas al estudiante Alfred Corn, así como a Elizabeth 'Betty' Hester, quien recibió el mayor número de cartas por parte de la narradora.

 

30 de mayo de 1962

 

Querido Alfred:

Me parece que esta experiencia que estás viviendo acerca de perder la fe, o, como tú piensas, de haberla perdido, es una experiencia que, a la larga, le pertenece a la fe; o al menos puede pertenecer a la fe si ella sigue siendo valiosa para ti, y debe serlo, o no me habrías escrito sobre esto.

No sé cómo podría ser de otra forma la fe que se le pide a un cristiano que vive en el siglo XX si no se sustenta en esta experiencia de incredulidad que estás viviendo en este momento. Quizás siempre ha sido el caso, y no sólo en el siglo XX. Teter dijo: “Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad.” Es la oración más natural, más humana y más angustiosa de los evangelios, y creo que es la oración fundamental de la fe.

Como estudiante de nuevo ingreso en la universidad te bombardean con nuevas ideas, o, mejor dicho, con fragmentos de ideas y nuevos marcos de referencia: una activación de la vida intelectual que apenas está comenzando pero que ya va por delante de tu experiencia adquirida.

Después de un año de esto, asumes que no puedes creer. Estás empezando a darte cuenta de cuán difícil es tener fe y de la magnitud del compromiso con ello, pero eres demasiado joven para decidir que no tienes fe sólo porque sientes que no puedes creer. La única forma que tenemos de saber si creemos o no es por lo que hacemos, y pienso, desde tu carta, que no vas a tomar el camino más fácil en este asunto, ni creo que vayas a decidir que simplemente has perdido la fe y que no hay nada que puedas hacer al respecto.

Uno de los resultados de la estimulación de tu vida intelectual que tiene lugar en la universidad suele ser la pérdida de la vida imaginativa. Esto suena como una paradoja, pero frecuentemente he encontrado que esto es verdad. Los estudiantes están tan limitados a problemáticas como conciliar el conflicto entre tantas religiones diferentes ‒como el budismo, el islamismo, etcétera‒ que dejan de buscar a Dios por otros caminos. Alguna vez Bridges le escribió a Gerard Manley Hopkins y le pidió que le dijera cómo podría hacer para creer. Bridges debió de esperar una extensa respuesta filosófica por parte de Hopkins. Hopkins le respondió: “Da limosna.” Hopkins intentaba decirle a Bridges que Dios se experimenta en la caridad, en el sentido del amor por la imagen divina en los seres humanos. No te enredes tanto en las dificultades intelectuales que dejes de buscar a Dios de esta manera.

Sin embargo, hay que afrontar las dificultades intelectuales y tú las afrontarás durante el resto de tu vida. Cuando logres un control razonable sobre alguna, otra vendrá a ocupar su lugar. En un momento dado, el conflicto entre las diferentes religiones del mundo fue una problemática para mí. Ahora bien, cuando dispones de soluciones absolutas, no necesitas la fe. Es lo mejor que tienes en ausencia de conocimiento. La razón por la que este conflicto ya no me inquieta es porque a lo largo de los años he alcanzado el sentido de la inmensa amplitud de la creación, del proceso evolutivo en todo, de lo necesariamente inexplicable que debe ser Dios para ser el Señor del Cielo y de la Tierra; no puedes encajar al Todopoderoso en tus categorías intelectuales.

Te sugiero que veas algunas de las obras de Pierre Teilhard de Chardin (El fenómeno humano). Era paleontólogo ‒ayudó a descubrir al Hombre de Pekín‒ y también un hombre de Dios. No te sugiero que acudas a él en busca de respuestas sino de preguntas distintas, de ese esfuerzo de la imaginación que necesitas para convertirte en un escéptico ante gran parte de lo que estás aprendiendo, mucho de lo cual es nuevo y sorprendente, pero que, cuando se analiza a profundidad, deja de serlo y ocupa su lugar en el esquema general de las cosas. “Lo que me mantuvo escéptico en la universidad fue precisamente mi fe cristiana. Siempre me decía: espera, no te creas esto, amplía tu perspectiva, sigue leyendo.”

Si buscas tu fe, tienes que trabajar para encontrarla. Es un don, pero para muy pocos es un don que se concede sin exigir a cambio dedicarle el mismo tiempo a cultivarlo. Por cada libro anticristiano que leas, hazte el favor de leer otro que exponga el otro lado de la imagen; si uno no te satisface, lee otros.

No pienses que tienes que abandonar la razón para ser cristiano. Un libro que podría ayudarte es La unidad de la experiencia filosófica, de Etienne Gilson. Otro es Ensayo para contribuir a la gramática del asentimiento, de Newman. Para descubrir la fe, tienes que acudir a las personas que la poseen y a las más sabias si quieres enfrentarte intelectualmente a los agnósticos y a la mayoría de paganos que encontrarás entre las personas que te rodean. Gran parte de las críticas a la fe que se escuchan hoy en día provienen de personas que la juzgan desde el punto de vista de otra disciplina más limitada. La crítica bíblica del siglo XIX, por ejemplo, fue producto de las disciplinas históricas. En el siglo XX se renovó por completo cuando le aplicaron criterios más amplios, y aquellas personas que perdieron la fe en el siglo XIX a causa de ella habrían hecho mejor en aferrarse a una confianza ciega.

Incluso en la vida de un cristiano, la fe baja y sube como las mareas de un mar invisible. Está ahí si él quiere que esté ahí, incluso cuando no puede verla ni sentirla. Te darás cuenta de que, en conjunto, es más valiosa, más misteriosa y más inmensa que cualquier cosa que puedas aprender o dilucidar en la universidad. Aprende lo que puedas, pero cultiva el escepticismo cristiano. Te mantendrá libre, no libre para hacer lo que te plazca, sino libre para ser moldeado por algo más grande que tu propio intelecto o el intelecto de quienes te rodean.

Ignoro si esta respuesta te será de ayuda, pero intentaré hacerlo mejor cada vez que necesites escribirme.

*

16 de junio de 1962

 

Querido Alfred:

Ciertamente no creo que la muerte que requiere que “renazcas” sea la muerte de la razón. Si lo que enseña la Iglesia no es cierto, entonces la certeza, la liberación emocional y el sentido de propósito que te provee no tienen ningún valor y tienes razón al rechazarla. Uno de los efectos del protestantismo liberal moderno ha sido convertir gradualmente la religión en poesía y terapia, hacer que la verdad sea cada vez más vaga y relativa, desterrando las distinciones intelectuales para depender de los sentimientos en lugar del raciocinio y llegar gradualmente a creer que Dios no tiene poder, que no puede comunicarse con nosotros, que no puede revelarse ante nosotros, que en realidad no lo ha hecho, y que la religión es una dulce invención nuestra. Aquí parece ser donde te encuentras ahora.

Por supuesto, soy católica y creo en lo opuesto a todo esto. Creo en lo que enseña la Iglesia: que Dios nos ha dado la razón para usarla y que ésta puede llevarnos a conocerlo a través de la analogía; que se ha revelado a sí mismo en la historia y sigue haciéndolo a través de la Iglesia y que está presente (no sólo simbólicamente) en la Eucaristía de nuestros altares. Para creer todo esto no doy ningún salto hacia lo absurdo. Me parece razonable creer, aunque estas creencias estén más allá de la razón.

[…]

Satisface siempre tu necesidad argumentativa, pero recuerda que la caridad está más allá de la razón y que se puede conocer a Dios a través de la caridad.



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25 de julio de 1962

 

Querido Alfred:

Lo que preguntas acerca del amor de Rayber por Bishop es interesante. Él lo amaba, pero a lo largo del libro [Los violentos lo arrebatan] lucha contra su heredada tendencia hacia el amor místico. Tiene la idea de que su amor podía contenerse en Bishop, pero que si Bishop desapareciera no habría nada que lo frenara y entonces lo amaría todo, específicamente a Cristo. El momento en el que Earwater ahoga a Bishop es el momento en el que tiene que elegir. Toma la decisión satánica, y el resultado inmediato es la incapacidad de sentir dolor ante su pérdida. Este colapso puede indicar que no va a
ser capaz de mantener su decisión… pero eso
es tema para otro libro. En realidad, Rayber y Tarwater están luchando contra la misma corriente en su interior; Rayber la vence y Tarwater pierde; Rayber logra su propia voluntad y Tarwater se somete a su vocación. Ahí existen, si se quiere, dos interpretaciones. Ya habrá una autoridad que diga qué interpretación es la correcta.

Espero que encuentres la experiencia que necesitas para dar el salto hacia el cristianismo, de modo que parezca la única opción para ti. Pascal tenía mucho que decir al respecto. A veces puede ser tan sencillo como pedirlo, otras veces no, pero no dejes de pedirlo. Algún día, cuando vayas a Emory, pasa por aquí y visítame. Me gustaría ponerle cara a tu búsqueda. No recuerdo cuál de esos estudiantes eras.

 

*

12 de agosto de 1962

Querido Alfred:

Pienso que las fuerzas psicológica en Rayber lo empujan hacia una dirección que finalmente no elige, entonces no creo que muestre en ningún sentido una falta de libre albedrío. Podrías concluir sobre Tarwater que es el caso de un tipo que está predestinado desde que su tío abuelo lo preparó expresamente para ser profeta y esperar la llamada del Señor, aunque en realidad ninguno de los dos muestra una falta de libre albedrío. La ausencia de libre albedrío en estos personajes significaría una ausencia de conflicto en ellos, mientras que pasan su tiempo luchando consigo mismos, impulso contra impulso. Tarwater lucha con el Señor, y Rayber vence. Ambos son ejemplos de libre albedrío en acción.

El libre albedrío debe entenderse dentro de sus límites; es posible que todos tengamos algunos obstáculos para actuar libremente, pero no lo suficiente como para poder decir que el mundo está predeterminado. En algunas personas (psicóticas) los obstáculos para actuar libremente pueden ser tan fuertes que impiden en ellas el libre albedrío, pero la Iglesia (católica) enseña que Dios no juzga los actos que no son libres, y que no predestina a ninguna alma al infierno por su gloria ni por ninguna otra razón. Esta doctrina de la doble predestinación es estrictamente un fenómeno protestante. Hasta Lutero y Calvino la rechazaron. La Iglesia católica siempre la condenó. Ésta sostiene que Romanos IX no se refiere a la recompensa o al castigo, sino a nuestras vidas concretas en la tierra, donde a algunos se les otorga talento, riqueza, educación, se les convierte en “receptáculos del honor”, y a otros se les da, por así decirlo, la peor parte: los “receptáculos de la ira”.

Esto nos lleva naturalmente a la segunda pregunta acerca de los sacerdotes y los laicos. Son los obispos, y no los sacerdotes, quienes deciden las cuestiones religiosas en la Iglesia católica.

Su trabajo es proteger el depósito de la fe. El próximo Concilio Vaticano es un ejemplo de cómo trabajan. El obispo de Roma es la máxima autoridad. Los católicos creen que Cristo dejó a la Iglesia con autoridad para enseñar y que esta autoridad está protegida por el Espíritu Santo; en otras palabras, que, en cuestiones de fe y moral, la Iglesia no puede equivocarse, pues ella es Cristo hablando en el tiempo. Como puedes ver, no considero que sea una violación de mi independencia que la Iglesia me diga qué es verdad y qué no lo es en lo que respecta a la fe, ni tampoco qué es correcto o no en lo que concierne a la moral. Sin duda, yo no soy un juez adecuado. Si dependiera de mí, seguramente no sabría cómo interpretar Romanos IX. No creo que Cristo nos haya dejado en el caos.

Pero volvamos al determinismo. No creo que la literatura sería posible en un mundo determinado. Podríamos seguir moviéndonos, pero el corazón estaría ausente. Por tanto, nadie podría “sonreír sombríamente e ignorar los alaridos”. Aunque no hubiera una Iglesia que me enseñara esto, escribir dos novelas bastaría para comprenderlo. Creo que cuanto más escribes, menos inclinado estás a confiar en teorías como el determinismo. El misterio no es algo que se evapore gradualmente. Crece junto con el conocimiento.

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11 de agosto de 1956

Querida “A”,

Bueno, tienes toda la razón acerca de la escasez de las reciprocidades piadosas. Le dije a la señora H. que rezaría por ella, aunque dudo que lo haya meditado dos veces... No obstante, recuerda la oración de la Misa del undécimo domingo después de Pentecostés, en la que se pide “eliminar de nosotros aquellas cosas que nuestra conciencia teme y añadir aquellas que nuestra oración no se atreve a pedir”. No se puede decir más en el camino de orar por algo.

Posiblemente tengas razón respecto a que el monseñor Guardini no ha envejecido bien, pero sólo he leído El señor una vez y fue hace mucho tiempo. El libro El rosario de María es una versión edulcorada del anterior. En otoño saldrá uno nuevo, titulado El ocaso de la vida moderna, que la señora H. me va a comprar. Tenía intención de volver a leer El señor, y lo haré teniendo en cuenta lo que dices. Sin embargo, mis valoraciones de estas personas tienen todas un trasfondo... ir en contra de ellas las hace parecer muy superiores. Si monseñor Guardini es el monseñor Sheen de Europa, eso sólo habla de lo lejos que está Europa de nosotros en ese aspecto... Además, casi cualquier escritor espiritual te debería resultar insustancial. Es como leer todo el tiempo críticas de poesía y no leer la poesía. Los escritores espirituales tienen un propósito limitado y pueden ser muy peligrosos, supongo…

Pienso más y más en aquello contra lo que escriben los escritores con inquietudes cristianas. No me refiero a ello de forma polémica sino al clima en el que escriben. Afecta tanto a los narradores como a personas como ellas. Pero ya debí de haberlo mencionado antes. Ahorita no recuerdo todas las reflexiones que te confié. Cuando comencé a escribirte, tenía cuidado de expresar de forma clara lo que tenía que decir, ya que era consciente de que podría ser la única persona dentro de la Iglesia que tendría la oportunidad de conversar contigo. Pero hoy, si vuelvo a caer en mi vaguedad natural, es porque noto que a veces pareces saber mejor que yo lo que intento decir; y también porque ahora eres tú quien está en posición de ayudarme. Y lo haces.

Sospecho que lo que quise decir acerca de mi padre es que habría escrito bien si hubiera podido. Escribía todo el tiempo, una cosa u otra, sobre todo discursos y cosas de política local. Necesitar desesperadamente a la gente y no conseguirla puede llevarte por un camino creativo, siempre y cuando cuentes con los demás requisitos. Él necesitaba a la gente y la consiguió. O, más bien, la buscó y la consiguió. Yo la quería y no la conseguí. Supongo que todos somos bastante afortunados en nuestras privaciones si nos dejamos llevar…

 

Tuya,

Flannery

 

Traducción de Roberto Bernal.

 

 

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