Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 16 Nov 2025 07:01
Huérfana oronda de la gravedad, hija resignada de un manantial contaminado, pantalla al universo. El tiempo la abandonó en la puerta de los años, en un día como paleta helada sin sabor. Estaba envuelta en el encanto de lo novedoso, era cascada de promesas-mariposa en La Floresta de volver a la niñez de andaderas y dadá. Su transparencia dibujaba colibrís embriagados en olas de calor y olor y color de limonero, mientras afuera flotaba la muerte del azar y la burocracia de los prójimos.
Se fue instalando sin prisa en la costumbre, con pasos de espuma en la arena, hasta invadir todas las zonas extranjeras del dolor. Incansable migrante, inauguró territorios de silencio corporal, eludiendo auscultaciones centinelas y tactos de rutina. Se infiltró sin ceremonias para sacrificar ‒inocente, natural, salvajemente‒ el honor mínimo de nadar sin vejigas y de hablar sin pausas.
Virginidad del agua, redondez estelar, retrato esférico del atlas de manos temblorosas, de cama que delata la falsificación del sueño, de lámpara apolillada por impaciencias y lecturas pospuestas u olvidadas, de ventana chismosa de catástrofes, de cortina del pretérito imperfecto.
El filo de la memoria, a cada instante menos invisible y más cortante, encarceló con recuerdos ‒trascendencias, ascendencias, descendencia‒, con cíclicas barras de no poder, con aciertos de milagro y errores sin perdón, con destrucciones y propósitos y caos y conciencia. Y entonces llegó aquí.
‒Aquí, ¿dónde?, ¿desde cuándo?
En el crujir de artículos y músculos, en las reflexiones tartamudas, en todo rechinido. Cristal de hielo, seda de agua, espejo que desnuda en su piel resbaladiza las pupilas de un rostro deformado, ajeno y propio, viejo cómplice traidor de los contrarios. Ahora es lo que es, lo que hubo y lo que no, la fantasía de flores pálidas y frutos negros, los capullos en la arisca zarzamora, la pesadilla de nubes de plomo, la madre exhausta de nutrir ingravidez, los tulipanes seductores de pieles y de córneas. Con menos porvenir que el diente de león, con el santo horizonte de espaldas, expuesto al viento cascarrabias, a la alta tensión de masticar noticias y al fracaso de cargar cuentas pendientes.
Ante la contemplación, edad de espuma. Hacia dentro, cada vez más edad de piedra. Y ni siquiera piedra dura, digna, servicial. ¿Pero cómo culparla de la ofensa, del descalabro y las clausuras? ¿Cómo llamarse a engaño y admirar su espacio humilde, atemporal, de meta próxima que interroga, asusta, desafía y se ofrece seca, cuadriculada, chípil?
Desciframiento tardo e impuntual de lo sabido y lo ignorado, del misterio. Aspiración a música con duración exacta y sin palabras ‒vía intravenosa de la emoción al pensamiento‒, fuente de vacíos inaugurados por sí misma, sonoro destino de callar expresado arteramente con palabras.
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Y más nuevas noticias de la vieja última hora. El 19 de noviembre cumplirá setenta y tres años la prueba estadunidense de una bomba atómica de 500 kilotones sobre el atolón Enewetak de las Islas Marshall, bautizada como Ivy King.
La competencia macabra, englobada desde 1952 en una carrera de dizque disuasión, avanzó a zancadas de atleta olímpico hacia la meta del “armamento de seguridad”, donde la única garantía contra un ataque nuclear consiste precisamente en tener armas nucleares.
Las pugnas protagonizadas, principal pero ni de lejos solamente por EU y China, llegaron al punto en que, en enero de 2025, el reloj del juicio final (Doomsday Clock) marcó 89 segundos para una medianoche sin año nuevo. Este reloj, como se sabe, mide metafóricamente el riesgo del fin del mundo por una guerra entre potencias dotadas de bombas atómicas. Tic tac tic tac