La escritura arropada por trabajadoras
- Roberto Bernal - Sunday, 30 Nov 2025 01:39
Entrevista con Mónica Nepote
‒¿Cómo nació Las trabajadoras?
‒Es un poco difícil responder de una sola manera, porque creo que Las trabajadoras nace a partir de varios afluentes, por así decirlo, o de varios hilos, para continuar con una metáfora consecuente con el libro. Tomo un cabo de uno de estos hilos: el primer texto que escribí fue “Los vestidos que me gustan dicen tanto de las bocas silenciadas”. Lo pensé como un ensayo pero desde un principio lo sentí a medio camino entre el ensayo y el poema; en realidad es un texto que nació por impulso dentro del marco de un 8M. Pensando en que ubicamos muy bien al 8M como una fecha en que marchamos en las calles en el día de la mujer, fecha en la que más de un despistado manda felicitaciones, aunque la historia detrás de este día es la de una rebelión triste y trágicamente silenciada. Así que marchamos con los fantasmas de las mujeres de la industria textilera apoyando nuestras causas. De alguna manera quise hacer un homenaje a las mujeres cuyo trabajo nos viste y nos arropa. Luego relacioné el trabajo de los textiles con mi propia historia familiar: vengo de una familia de tejedoras, en mi casa hay muchas cosas tejidas por mi abuela, mi tía, mi madre, mis hermanas y por una de mis sobrinas; dos amigas muy queridas son tejedoras. Así que, de alguna manera, ese lenguaje común empezó a tomar su propio cauce. Mi trabajo en el Centro de Cultura Digital me había llevado también a diversas actividades en comunidades de mujeres ciberfeministas, artistas y activistas de los derechos digitales, donde la imagen de la máquina es fundamental: Ada Lovelace, la primera programadora de la historia, trabajó con una máquina que fue el prototipo de la computadora construida a partir de una máquina textil. Ahí mismo, en el CCD, hicimos una exposición que se presentó en varias sedes y que se tituló Máquinas de escritura, una investigación en torno las interfaces digitales y analógicas, como la máquina de escribir. Me obsesioné por el teclado y la gestualidad del cuerpo. Más tarde conocí los libros de Friedrich Kittler y la versión mexicana que hizo Rubén Gallo de esa metodología ‒conocida como arqueología de los medios‒ en Máquinas de vanguardia, donde cuenta la historia de la llegada de la máquina de escribir a México y su aparición en la novela de la Revolución y el vínculo de los escritores con dicho artefacto. Mi madre, quien nació en 1923 (yo nací cuando ella tenía cuarenta y siete años) y decidió estudiar comercio a los trece años, fue una de las mujeres que formaron parte de esa migración simbólica de la que habla la investigadora Susie Porter en su libro Del ángel del hogar a oficinista. Una vez contado esto, puedo responder: Las trabajadoras surge de mi obsesión por las máquinas, las interfaces, la escritura, el sonido, la condición de las mujeres y el trabajo en el siglo XX y el siglo XXI, pero también de mi propia genealogía, de sentirme arropada de una historia de hilos, telas, brillos y puntadas, del lenguaje binario, ceros y unos, derecho y revés.
‒Acerca de esto último, Las trabajadoras puede generar una primera impresión de que se trata de un poema autobiográfico, pero en realidad lo que se advierte es una visión crítica en relación con los trabajos designados a las mujeres que aparecen en tu libro.
‒No tenía un interés-guía por hacer un relato autobiográfico pero, al mismo tiempo, una no puede más que habitar el cuerpo y habitarlo significa habitar nuestra propia historia. Lo que quería era hablar de un lenguaje que me rodeaba ‒me refiero al lenguaje del tejido y la costura. Como decía, el libro se escribió a lo largo de varios años, en parte porque lo dejaba medio abandonado por los ritmos de trabajo y supervivencia (irónicamente). Durante esos años pude investigar, hablar con amigas programadoras y feministas, seguí trabajando con colectivos de hackfeminismos, y bueno, el tema de las mujeres y las máquinas feminizadas ha estado en mi vida desde hace más de diez años, al igual que el trabajo colectivo o el pensamiento crítico respecto a las maneras en las que nos relacionamos con dispositivos, con formas de producción y de consumo. Vale la pena decir que la máquina no sólo son los cacharros, sino la máquina operativa cultural y social. Acá el tema es que hay mucha teoría detrás, pero lo que estaba haciendo era un libro de poesía/ensayo, y quizás ‒y esto lo pienso ahora‒ irme al rasgo autobiográfico era una manera de pasar por el cuerpo la teoría o acuerparla.
‒Sin embargo, el tema de la relación de la máquina y el cuerpo tiene una presencia recurrente en tu trabajo. Pienso, por ejemplo, en el ensayo “Editar es escribir”, como también en el prólogo para el título Tecnologías de cuidado, pero sobre todo en tu poema Una máquina puede ser una casa, libro que me gustó mucho por el tono íntimo, por la exploración cargada de incertidumbre, pero también por la composición que se mueve entre el ensayo y el aforismo.
‒Quizá sea necesario decir algo que para mí es fundamental en el trabajo de escritura: escribo series de poemas, me refiero a formatos, a interfaces, que tal vez sería lo más adecuado para explicar cómo entiendo la escritura. Esto está muy presente en un libro que publiqué hace años, Hechos diversos, el cual está conformado por series de poemas, una dedicada a la nota roja, otra a la idea de ver a través de la ventana y otra más a lo que entonces consideré era una acción muy distinta a lo que se escribía en la nota roja y que llamé “Prodigios”, pequeños aconteceres de la vida planetaria sin que lo humano tuviera mucho que ver. Una máquina puede ser una casa es una serie de poemas dedicados a el encuentro con la máquina de escribir, al hecho de que en ella nos encontramos mi madre y yo, con todos nuestros contrastes, pero también está la enseñanza/aprendizaje en relación con la escritura mediada por un objeto (en realidad toda escritura está mediada por objetos). La máquina de escribir se convirtió en mi obsesión durante mis ocho años de trabajo en el CCD. Siempre he insistido en ese cambio de paradigma que significó dejar la escritura manual para sentarnos a escribir apretando botones y accionando palancas. Mi madre fue secretaria, estudió en una Academia de Comercio y la recuerdo como una mecanógrafa perfecta. Cuando dejé la ciudad de Guadalajara para vivir en Ciudad de México, mi madre me enviaba cartas a veces escritas a mano y a veces mecanografiadas, y no cometía ni un solo error. Guardo sus cartas y me parece una cosa preciosa esa materialidad casi obsoleta. Pertenezco a una generación a la que le tocó tener clase de mecanografía en la secundaria; por lo tanto, escribo con todos los dedos y siento que ese gesto delata mi edad. Pero, sobre todo, lo que quiero decir es que el trabajo como secretaria de mi madre fue lo que me sostuvo ‒económicamente hablando‒, y mi trabajo de escritora depende en cierto modo o está en deuda con su trabajo como secretaria. Así que esa serie de poemas es un homenaje a ella. Esos textos los escribí en una especie de trance, a mano, en un cuaderno que tenía para hacer los poemas de Las trabajadoras. Y ahí, en ellos, está el proceso de duelo luego de la muerte de mi madre. Si digo que a mí me arrullaron las máquinas no miento, la máquina de escribir siempre estuvo presente en mis sonidos primigenios, pero también la imprenta, gracias a uno de mis hermanos… pero esa es otra historia. En realidad Las trabajadoras tuvo un esquema muy básico, que trabajé como un mapa mental en su principio: Tejedoras, Costureras y La Mecanógrafa (es una sola). Pero también me parecía importante ligar el tejido con el tema de las plantas, por ejemplo, y ahí nació otra sección.
‒En otro momento me platicaste que Las trabajadoras te hizo “resurgir” como escritora. Pensé en tus otros intereses, como el senderismo y el montañismo, y que quizá han sido otra forma de hacer y reflexionar la escritura “mientras no se escribe”.
‒Tiene que ver con el lugar que ocupamos las mujeres en el presente, con los discursos que se han puesto sobre la mesa, con lo que le escuché decir a Silvia Rivera Cusicanqui en un diálogo con Silvia Federici en la Feria del Libro del Zócalo: la filosofía y la política son asunto de mujeres.
Creo que todo lo que ocurre colectivamente propició que pensara en escribir un libro como éste; por tanto, como se dice en algunas de sus páginas, “nunca escribimos solas”. Por eso también me parece importante dar atribución a quienes nos acompañan: autoras e investigadoras, como, por ejemplo, Rebeca Barquera, quien tiene un ensayo potentísimo sobre las secretarias y que se me apareció un día casi por milagro; o las imágenes que me compartió Angélica Chávez ‒gestora cultural en Chihuahua‒ del libro con el que su su abuela se graduó en una escuela de comercio; ese libro es un objeto precioso, escrito a máquina, una muestra de ejercicios, diagramas, cartas, en fin, todos los conocimientos que adquirían las mujeres para ser secretarias. Ese libro-cuaderno-tesis me lo compartió y confió durante meses para poder habitar el trabajo manual de su abuela. Muchas mujeres habitan este libro, volví a nacer sintiendo esta colectividad y esta “responsabilidad”, una muy bonita e inspiradora. Por otro lado, mi ser caminante me ha vuelto mucho más atenta, más amplia, más sensible a las muchas escrituras
que nos rodean, a la diversidad de códigos para ser descifrados (o no), para ampliar mi percepción de lo que es un texto, y de cómo se puede escribir caminando, con la voz, con el cuerpo, o cómo hay escritura de distintos cuerpos no humanos. Hace poco escuché al filósofo Manuel de Landa criticar esa tendencia a leer todo como un texto. Pero a mí, la verdad me provoca/ me inquieta/ me inspira/ me alegra entender todo a mi alrededor como escritura l