Centenario de un Poeta escandaloso: El alma rusa de Serguéi Esenin

- Jorge Bustamante García - Sunday, 07 Dec 2025 00:20 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Poeta de la más pura cepa rusa, amoroso y apasionado, difícil, controvertido y rebelde, pero totalmente entregado a la vida a través de la poesía, como se afirma en este espléndido texto que nos lo presenta y dibuja, Serguéi Esenin (1895-1925) vivió apenas treinta años y, sin embargo, su huella es profunda e indeleble en el alma rusa y en la literatura universal: “La obra de este magnífico muchacho, a veces bellaco, a ratos tierno y solidario, a intervalos pendenciero, amado por las muchachas y repudiado por algunos de sus colegas que envidiaban los límpidos dones de su palabra, encarna siempre una profunda verdad de estar en el mundo.”

 

En memoria de Robinson Quintero Ossa, poeta
eseniano en los fulgores del trópico.

 

Cuando era estudiante de geología en los años setenta en Rusia hubo muchos momentos, para mí, relacionados con Serguéi Esenin. A otros estudiantes de distintos lares quizás les ocurrió lo mismo. Creo haber escuchado su nombre en los primeros meses de mi estadía moscovita. Su apellido me gustó desde el principio por lo breve, fácil y sonoro. Debí descubrir su poesía con el tiempo, pues tenía un amigo caleño estudiante de física, Gustavo Z, que amaba sus poemas. Cada vez que tenía alguna decepción con alguna chica, me buscaba y los dos nos íbamos a un rincón de la residencia estudiantil a leer los poemas del cantor de las estepas: “Arce mío deshojado”, “Tú no me amas, ni me extrañas”, “Carta a una mujer”, “La vida es un engaño, que adorna a veces con alegrías la mentira”… Hoy ese amigo, extrañamente, sigue vibrando en ese espíritu eseniano, al igual que yo.

Todavía tengo fresca la imagen de una fría noche de invierno moscovita: me encuentro en mi cuarto, bebo té caliente y leo los cuentos de El reloj de arena de Borges, y allá... en la calle, en alguna parte, entre la nieve y la brisa, escucho un murmullo, un coro de hombres y mujeres cantando una canción de Esenin: “No lloro, ni imploro, ni me quejo/ todo pasa, como del manzano blanco, el humo...” En otra ocasión, un 31 de diciembre, con mi amiga Olga YIiná nos apresurábamos para llegar a tiempo al apartamento de nuestro amigo Gioaquino d’Feo para celebrar el Año Nuevo. No tuvimos suerte. La medianoche nos agarró a la salida de la última estación del Metro esperando un taxi en una calle solitaria y semioscura donde, tiritando de frío, como dos huérfanos, no nos quedó más remedio que abrazarnos y felicitarnos mutuamente. Muy lejos alguien cantaba, tal vez un borracho tan solitario como nosotros, una canción con letra de Esenin: “No dejes nunca a tus ojos,/ mirar con tristes miradas…”

Con el paso de los años, ya fuese en Rusia, en Colombia o en México, algo siempre inexplicable me atraía a sus poemas, a su figura de poeta siempre joven, inacabado, indómito, que había extraviado sus miradas en la bruma. Lo imaginaba como un perpetuo viajero adolescente, alguien que va de paso y que con sus ojos infantiles desentraña el mundo preguntándose, incauto, abierto, ingenuo, por la fugacidad de las cosas y las criaturas de la vida. Y así, a la intemperie, como una vela prendida en una estepa en pleno invierno, vio a los abedules como huesos peregrinos, desnudos, y no alcanzó nunca una mirada serena. No quiso reservarse para una vida tranquila, anduvo pocos caminos y cometió muchas faltas, bebió trago y fue feliz porque besó a las mujeres, prefirió arder al viento que pudrirse después en las ramas. Sus ojos delataban lejanas ausencias y ansias de conocerlo todo. Evgueni Evtushenko, el poeta rebelde de los años sesenta, escribió que la poesía de Esenin “no parece haber sido escrita con una pluma, sino con la propia naturaleza rusa”. Era, tal vez, el más ruso de los poetas rusos.

Este 2025 se cumplen 130 años de su nacimiento y cien de su muerte. Serguéi Esenin (1895-1925) es uno de los poetas más populares de Rusia junto con Pushkin, Anna Ajmátova, Alexandr Blok, Maiakovski y Volodia Vysotski, que murió en 1980 a los cuarenta y dos años. Esenin se llamó a sí mismo “el último poeta del campo”. Empezó a escribir en la adolescencia en su aldea de Konstantinovo, a orillas del río Oká, 200 km al sureste de Moscú, donde leyó a Pushkin, Lérmontov, Nekrásov, y le gustaba escuchar a su
madre cantar canciones populares. Llegó a Moscú en 1912, donde trabajó como corrector en una tipográfica: “se la pasaba leyendo en el tiempo libre, gastaba generosamente en libros y revistas, sin pensar siquiera si le alcanzaba el dinero para vivir” –recuerda su primera esposa Anna Izriadnova, con quien se conoció en esa tipográfica. En marzo de 1915 visitó Petrogado cargando más de sesenta poemas que presentó al gurú literario de la época, Alexandr Blok, quien valoró altamente la poesía desconocida de este “poeta campesino de talento nato” exaltándola por su “frescura, limpidez, sonoridad y gran riqueza verbal”. Blok le abrió la puerta, le presentó escritores y editores, y muy pronto ese jovencito, rubio y de ojos azules, se haría un poeta reconocido y famoso. El resto de su vida, diez años, fue tumultuoso, viajero, apasionado, pendenciero, lleno de amor y desamor entre el alcohol y la escritura.

Dueño de un don extraordinario, la fuerza de su poesía radicaba en su naturalidad, su aparente sencillez y una sinceridad sometida a toda prueba. Su poesía surge ahí, donde nadie puede explicarla. Esenin podía hablar de rosas que susurran como robles y lo podía decir con una llaneza pasmosa que nadie podía dilucidar. Aunque su obra está colmada de campos y abedules, álamos, llanuras y hojas de arce, acompañantes taciturnos en su peregrinaje por el mundo, su verdadero combustible creativo era la despedida, los adioses: “Ahora nos vamos poco a poco/ A un mundo de ventura y sosiego./ Tal vez deba preparar mi equipaje/ Para tener un aire pasajero.”

 

Un alma viva y palpitante


Esenin publicó varias colecciones de poemas: Relicario, Confesión de un granuja (ambos de 1921), Poemas del escandaloso (1923), Moscú de taberna (1924). Escribió alrededor de 450 poemas, cuarenta y cuatro de ellos extensos (“Pugachev”, “Anna Sniegina”, “El país de los canallas“ ‒una pieza dramática en verso‒-, “Hombre Negro”, etcétera). Su poesía entusiasmaba, conmovía. Cien años después sigue teniendo el mismo efecto. Existen innumerables canciones con sus versos, debidas a cantantes famosos, grupos de pop y hasta raperos recientes. Sus poemas vueltos canciones se escuchan en la radio, en las redes sociales, en Tik Tok, en las calles, en conciertos. Ha sido llevado al cine muchas veces desde la época soviética y en los últimos lustros han aparecido incontables documentales sobre su vida, se reedita su obra, se escriben monografías y voluminosas biografías críticas, como la del reconocido y prolífico novelista Zajar Prilepin (1975), una indagación exhaustiva de cerca de quinientas páginas, con conclusiones inesperadas, publicada en 2021, todavía no traducida al castellano.

En su libro, Prilepin parte del supuesto de que a Esenin lo aman los lectores, probablemente, como a ningún otro poeta en el mundo, aman tanto sus versos, como los imanta su propia figura. Pero si miramos su vida y su obra con más atención, surgen preguntas duras, extrañas y paradójicas: ¿era o no un poeta soviético? ¿Un poeta para cierto tipo de público y chicas melancólicas o
un innovador que aún influye en la poesía de nuestro tiempo? ¿A quiénes consideraba sus rivales y por qué? ¿Quiénes eran realmente sus amigos? ¿Cuál era su relación con los lideres bolcheviques? ¿Cuántos hijos tuvo y cuántas esposas? ¿Bebía o era un invento de los envidiosos? Y si bebía, ¿quién lo embriagaba? ¿Por qué se iniciaron procesos penales en su contra? ¿Era un alborotador, un granuja, como él mismo escribía sobre sí, o una víctima de las circunstancias? Y, finalmente, ¿su muerte fue suicidio o asesinato? El libro ofrece respuestas no sólo a todas las preguntas mencionadas, sino también a muchas otras. Zajar Prilepin relata de manera detallada, día tras día, la vida de Serguéi Esenin, sacando conclusiones insospechadas y haciendo que el lector sienta intensa empatía.

De carácter bronco y tímido a la vez, en su corta vida de poeta activo (1915-1925) tuvo relaciones casi siempre conflictivas y difíciles con sus colegas, que con el paso del tiempo conformarían lo que se llamó el Siglo o Edad de Plata de la poesía rusa. Iván Bunin, Premio Nobel 1933, que se sentía el único justo entre pecadores, odiaba a Bábel, Blok, Pilniak, Maiakovski, por considerarlos cercanos a la revolución. Y a Esenin no le perdonaba su destino póstumo, el hecho de que, ante sus propios ojos, el poeta de Confesión de un granuja se inscribiera en el panteón inmortal, simplemente lo enfurecía. Con Boris Pasternak, quien seria Premio Nobel 1958, sus encuentros siempre terminaban en arrebatos: “A veces, entre lágrimas, nos jurábamos lealtad mutua; otras veces, comenzábamos peleas hasta sangrar, y nos separaban a la fuerza personas ajenas”, recordaba Pasternak. Una vez se pelearon en la redacción de una revista ante los ojos de todos. Sin embargo Pasternak, con inmensa generosidad, escribió alguna vez: “desde la época de Koltsov (1809-1842), la tierra rusa no había producido nada más auténtico, natural y propio que Serguéi Esenin… fue un alma viva y palpitante de artista”. Con Maiakovski solían injuriarse en público. “Aprendiz juerguista y sonoro”, dijo de él una vez Maiakovski. Esenin, citando los versos de propaganda de Maiakovski en los que figuran los campesinos Tit y Vlas, le comentó una vez a Ehrenburg: “Tit y Vlas... ¿Qué entiende él de esto? Y aunque comprendiera ¿hay poesía en ello?... Maiakovski es poeta para algo, mientras yo soy poeta por algo.”

Anna Ajmátova, por su parte, lo miraba por encima del hombro. En una conversación con Pável Luknitski, que él registró en su diario, la poeta le dijo en febrero de 1925: “Al principio, cuando Esenin era imaginista ,1 no se le podía descifrar, porque era innovador. Y luego se notó que era un mal poeta. A veces iletrado. No entiendo por qué lo inflaron tanto. A veces tiene algo de ímpetu, pero es insulso… ¡Antes era un chico lindo, y ahora su rostro es vulgaridad!” Se habían conocido diez años antes en casa de Ajmátova, en la Navidad de 1915. El muy joven Esenin regresó de ese encuentro un tanto decepcionado de la poeta que había leído con cierto interés. Hacia Osip Mandelstam sentía una amistad superficial, no se llevaban mal. El problema comenzó cuando Mandelstam lanzó críticas hacia el imaginismo y al propio Esenin: “No tiene nada que decir. ¿Sobre qué escribe? ‘¡Yo soy poeta!’ Se para frente al espejo y se admira: ‘Yo soy poeta’. Y quiere que todos nosotros admiremos que él es poeta.” La reacción de Esenin no se hizo esperar. Iván Gruzínov recuerda un episodio acontecido en 1920: “En la puerta abierta de la sala de dirección de la Unión de Poetas estaban Esenin y Osip Mandelstam. Esenin, erizado, de pie, girado parcialmente hacia Mandelstam le dice: ¡Usted es un mal poeta! ¡Maneja mal la forma! ¡Tiene rimas verbales! Mandelstam protestaba. Se inflaba. Rojo de indignación y enojo.”

 

El alma pura y el hombre negro

Uno de los temas principales de la poesía de Esenin es el desamor. Sus poemas están salpicados de referencias al amor huidizo, a la falta de correspondencia en los afectos. Se intuye una leve ironía al constatar con lucidez las peripecias de los sentimientos y el poeta no puede escapar a la aspereza de sus conclusiones: “No llames a este amor destino,/ siendo frívola unión de arrebato./ Si al acaso me encontré contigo,/ tranquilo sonreiré al separarnos.” El desamor como algo intrínseco en la relación de los amantes, algo tan palpable y real como el propio amor, que existe y persiste y nunca se resuelve en el corazón humano: “El amor murió hace tiempo/ en tu corazón y el mío,/
por eso, no nos importe/ jugar a este amor bar
ato.” Con parecida sonoridad tocó los diversos paisajes de la vida, no parecía entender nada sin la
música de sus versos y se dedicó a volcar toda su existe
ncia en canto, a transformar su experiencia en expresión. Lo único que quiso y supo hacer en la vida fue escribir poemas. Amó y añoró, bebió sin término, se entregó a la nostalgia de sus campos y todo lo puso ahí, en sus versos decantados. “Soy despreocupado, nada necesito,/ sólo oír canciones y hacerles yo coro.” El poeta Serguéi Gorodetski, amigo suyo en Petrogrado, señaló en alguna ocasión: “Esenin dedicó toda su vida a la escritura de poemas. Para él no había otra finalidad en la vida que sus versos. Pero su creación tempestuosa no encontró su Belinski.”2

Dentro de su obra un poema capital es Hombre negro. Es uno de sus textos más enigmáticos y ambiguos. En él se percibe un estado de desesperación y horror ante la realidad incomprensible, una sensación dramática de frustración de cualesquiera tentativas de penetrar en el misterio de la existencia. La idea del poema nació en un viaje con su mujer, la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan, por Europa y Estados Unidos. Una lectura por parte de Esenin de “Mozart y Salieri” de Pushkin fue, quizá, la mecha que detonó la primera versión terminada en el otoño de 1923. La última versión la trabajó entre octubre-noviembre de 1925, en estado febril, en días y noches de escritura frenética: “Casi no dormía. Cuando acabó me lo leyó de inmediato. Era terrible. Parecía que se le rompería el corazón”, recuerda su última esposa Sofía Tolstaia, nieta del inmenso autor de Guerra y paz. El poeta no sabía de dónde le venía el dolor de la existencia, cada día parecía vivir a la intemperie: “No sé de dónde viene este dolor/ O será el viento que silba/ sobre el campo vacío y desierto,/ o es el alcohol que espesa la cordura/ como el otoño la arboleda.”

Los recursos artísticos empleados en Hombre negro desarrollan la idea de dualidad entre el personaje y su doble, el hombre negro, el otro detrás del poeta. Es el tema del alma atribulada, de la personalidad escindida en dos, algo recurrente en la literatura rusa. El tema de la dualidad se expresa en el nivel mismo de la composición. Ante nosotros hay dos figuras, dos presencias –un alma pura y un hombre negro–, y el fluir del monólogo del héroe lírico en diálogo con el doble es una expresión poética del subconsciente. La correlación del habla monologada y dialogal se revela en la estructura rítmica y de entonación, y al final del poema la metáfora del espejo roto se lee como la alegoría de una vida arruinada. Se expresa ahí la melancolía penetrante por la juventud que se va, y la toma de conciencia de la propia insignificancia y la sensación de trivialidad de la vida misma. En un ensayo sobre Hombre negro, Alina Dadaieva, ensayista y estudiosa literaria residente en México, refiere que si Jacques Lacan hubiese conocido el poema de Esenin le habría confirmado su idea de que “el artista siempre rebasa al psicoanalista”.

“El destino póstumo de Esenin es de una extrañeza mágica –escribía a mediados del siglo pasado el cronista y poeta Gueorgui Ivanov en su libro Serguéi Esenin en sus versos y en la vida. Pereció ya hace un cuarto de siglo, pero todo lo vinculado a él pareciera continuar viviendo, como si estuviera desconectado de la ley general de la muerte, el apaciguamiento, el olvido. Viven no sólo sus versos, sino todo lo “eseniano”, si es posible expresarse así. Todo lo que a él le inquietaba, le atormentaba o le alegraba, todo lo que lo tocaba de alguna manera, continúa respirando con la vida palpitante del día de hoy.” Estas palabras, parece, no pierden su vigencia en la Rusia actual. Formular una respuesta a la pregunta que continúa agitando a los compatriotas de Esenin un siglo después de su muerte, es imposible en pocas palabras. Pero aun así me atrevo a expresar la siguiente: Esenin es singularmente próximo a nuestra época brumosa, ya que su poesía es un espejo de las zozobras rusas actuales.

En los versos de Esenin se reflejan tanto la transparencia de la naturaleza, como la inestabilidad trágica, la amargura de la caída, el dolor del desgarro y la profundidad de la desesperación, todo lo que a lo largo de un siglo le ha sido propio. No por casualidad uno de los artículos críticos más profundos sobre la obra del poeta, perteneciente a su contemporánea, la escritora Zinaida Gippius, se llama: “Destino de lo Eseniano”. Tal vez, el secreto de la popularidad póstuma de Esenin radique en que detrás de él hay millones de destinos parecidos, semejantes, quizás no en lo relacionado a su biografía personal, sino a la experiencia interior y de vida expresada a través de su poesía: “Así fue y será la vida/ un constante desconcierto./ Ramas roídas de abedul/ en el jardín se desparraman”, escribió en un poema de 1923.

Esenin murió joven. El 28 de diciembre de 1925, cuando apenas contaba treinta años de edad, decidió quitarse la vida en un pequeño hotel de Leningrado. Es la versión más difundida y aceptada, una leyenda trágica y romántica a la vez, de la que muchos de sus lectores no se quieren desprender porque es algo que tiene que ver con la sustancia más genuina de su propia poesía. Amarró una soga al techo y la puso en su cuello. Hay quienes afirman que se cortó las venas y escribió con sangre su último poema. Luego se ahorcó. Eran versos de partida y despedida; como me escribió el poeta colombiano Robinson Quintero Ossa, “todo es adioses en Esenin”. “Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto/ Querido mío, en mi pecho yo te llevo”, un poema de despedida de un amigo, de una amiga; se despedía del ser humano en general, no de alguien en particular; de todos aquellos (mujeres y hombres) que habían sido sus compañeros en el viaje de la vida, que habían padecido y gozado como él, con los ojos abiertos. Vino al mundo para arder al viento y disfrutarlo y padecerlo todo mientras durara.

La obra de este magnífico muchacho, a veces bellaco, a ratos tierno y solidario, a intervalos pendenciero, amado por las muchachas y repudiado por algunos de sus colegas que envidiaban los límpidos dones de su palabra, encarna siempre una profunda verdad de estar en el mundo. El poeta se fue temprano. No importa que sea a los treinta o a los cien años, siempre es temprano para los poetas. Siempre tendrían algo que agregar. Pero lo que escribieron es nuestro patrimonio, es lo que nos pertenece, con todos sus territorios de sueño, esperanza y olvido. Como lo expresó en un cuarteto de Hombre negro: “¡Ah cuánto quiero a los poetas!/ Son gente tan divertida./ En ellos siempre encuentro/ una historia conocida al corazón.” l

Notas:

1 Del Imaginismo, corriente poética a la que Esenin perteneció por un breve tiempo. El principal medio expresivo de los imaginistas era la metáfora, la alegoría.

2. Vissarion Belinski (1811-1848) considerado
el crítico literario más importante del
siglo XIX en Rusia. Fue el primero en apreciar la importancia de las obras de Gógol, Pushkin, Nekrásov, el primer Dostoievski y muchos otros.

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