Giovanna Bemporad y la literatura como misión

- - Sunday, 07 Dec 2025 00:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Giovanna Bemporad (Ferrara, 1925-Roma, 2013), de familia burguesa y judía, fue una poeta y traductora italiana. Desde la infancia se apasionó por las lenguas antiguas como el griego y el latín, pero también por el hebreo y el sánscrito.

Giovanna Bemporad (Ferrara, 1925-Roma, 2013), de familia burguesa y judía, fue una poeta y traductora italiana. Desde la infancia se apasionó por las lenguas antiguas como el griego y el latín, pero también por el hebreo y el sánscrito. A los trece años tradujo toda la Eneida en tan sólo treinta y seis noches, y dos años más tarde sus versiones de Homero sustituyeron las de Salvatore Quasimodo en una antología de poesía épica para las escuelas. Pronto decidió dedicarse únicamente a la poesía sin preocuparse de nada más y sin cuidar mínimamente su aspecto: dejó de asearse, vestía mal y usaba un lenguaje oral muy grosero. Muy amiga de Pier Paolo Pasolini, durante la segunda guerra mundial se refugió con él en la campiña friulana, dando clases a los hijos de los campesinos. Se fingió lesbiana por el gusto de provocar, y cuando vivió en Venecia, estaba tan pobre que sus vecinas le regalaban de comer. Más tarde se casó con el político Giulio Orlando, que se convertiría en senador, embajador y ministro (1974). Como traductora publicó versiones de Virgilio, Homero, Safo, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Valéry, Goethe, Novalis, Hölderlin, Von Hofmannsthal, Rilke y Stefan George, además del Cantar de los Cantares y una selección de los Veda. Reunió sus poemas por primera vez en 1948 bajo el título Ejercicios, incluyendo también una antología de sus traducciones; el libro fue reeditado con más textos después de su muerte. Angelo Ferracuti la describió con estas palabras: “Los chalecos negros, las camisas blancas, los pantalones ajustadísimos eran el uniforme de una mujer que había escogido la literatura como misión, renunciando a todo lo demás [...] Tenía todas las rarezas del mundo, las fobias más tiernas, los miedos de los poetas verdaderos, indefensos pisando el umbral del mundo, frágiles por necesidad de profundidad [...] Cuando leía parecía un director de orquesta, movía los brazos dando el ritmo, y sus manos huesudas, rebelándose en contra de sí mismas, parecían seguir los movimientos de la boca, las pausas de la respiración [...] de allí salían esas palabras en el metro que ella más amaba y sentía como suyo, el endecasílabo.”

Stefano Strazzabosco

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¿De veras yo tendré pues que morir

como un insecto efímero en el mayo

y sentiré en el aire tibio y pleno

helarse poco a poco mi mejilla?

Muerte más cierta es separarse en llanto

de amadas compañías, y no volver,

y despedirse a fuerza de la broma

juvenil y la risa, mientras dora

con su ternura el paisaje abril.

Oh para mí no sería mal, cuando

fuera mi corazón del todo muerto,

perderme en esta dulce alba lunar

como se rompe una ola en la calma.

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Nace la luna como roja aurora

llanamente; y alumbra ilimitadas

sombras fijas y árboles y campos,

pura, rechazo de globos eléctricos,

esta apremiante solitaria. Y sube

blanquísimo, entre azules transparencias,

el arco del cielo, retejiendo el velo

de las ilusiones rasgado en tierra.

En su grandiosa luz del medio día

en mí agotada tímida renace

la fraudulenta espera de un prodigio.

 

Impromptu


En aguas muertas de pasadas trampas

yo floto como un náufrago perdido

en la bonanza, y un dique a mi dolor

no hallo, en lo que sigue reluciendo

la luz que hace jóvenes, y arranca

contra de mí un canto de mis labios.

Luego la vida implacable, febril

reinicia en mí, con insistencia airada.

 

Epílogo

 

Oh viento que conmemoras pasadas

multitudes y fastos en cenizas,

oh tiempo contra el que no existe amparo:

me reduzco al silencio, en la espera

tan pura de la sombra que ya tiende

sobre los vivos su gran noche eterna.

Tal vez ya cuelgue esta sombra trágica

al borde de la noche que hace ilusos

a los hombres de conocerse y amarse,

náufragos en el silencio de los milenios.

 

Madrigal

 

Pabellones de almendras en el rubio

color de este febrero es la campiña;

y al rápido espesarse de los brotes

que desbordan, o a punto de encarnarse,

la voluptuosidad me aferra aun sin brazos.

La imagen de ella se turba y ríe

bajo un juego de golondrinas, a su cuello

móvil de relámpagos aproximo el labio

y a su boca, hoja de sibila.

Pero insiste en los campos un autillo

con su armonía de terciopelo, y huele

de su bruna languidez mesurada

la violeta; pienso aún en sus dedos

y sus extremos rojos, pétalos mojados

de púrpura, trazando en la arena

de los milenios mi nombre al infinito.

 

Otro jardín

 

Delante de mí la casa y el ciprés:

en el arroyo un trozo de jardín

se refleja y se atenúa, y en el banco

de piedra que se interna en el follaje

por los conos de los cipreses pasan

en ondas las memorias: y sigo, al ritmo

del perfume que exhalan los jacintos

frescos en los tiestos, su veste en fuga;

luego entro a los cuartos donde el grito

de mis venas insiste como al fondo

de bocinas sinuosas suena el mar.

Versiones de Marco Antonio Campos y Stefano Strazzabosco.

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